26 mar 2013

A la memoria de Joaquín González Echegaray

Como todo el mundo que lea este blog sabrá a estas alturas, el pasado viernes 22 de Marzo falleció, a los 83 años, el historiador y arqueólogo cántabro Joaquín González Echegaray. No es la intención de esta entrada hacer un repaso a su obra en general, también de sobra conocida (o al menos debería serlo para cualquier cántabro que se precie de tener cierto interés en el pasado de su tierra), así que me centraré, muy brevemente, en su contribución al estudio del período de la historia de Cantabria del que trata (principalmente, aunque no solo) este blog (y el Proyecto Mauranus): la Tardoantigüedad y/o la Alta Edad Media o, lo que es lo mismo, los siglos V a VIII d. de C.; sin dejar de lado nuestra relación personal con él en los últimos años.

Joaquín González Echegaray (Foto: http://sociedadcantabradeescritores.es/?p=194)

Más conocido por su faceta como prehistoriador y por su obra "Los Cántabros", sus trabajos sobre el fin de la Antigüedad y la Alta Edad Media cántabra no son tan famosos entre el público en general, aunque fueron recopilados y editados en formato libro en 1998: "Cantabria en la transición al medievo. Los siglos oscuros: IV-IX". Se trata de 6 artículos dedicados, en su mayor parte, a temas relacionados con la religión: la cristianización de los cántabros, las características del monacato altomedieval en Cantabria, los beatos, etc. Sin embargo y en mi opinión, los más interesantes de todos son los que tratan sobre la "nota de Cantabria" del Códice Emilianense 39 (y las menciones medievales del corónimo) y las prácticas paganas conservadas en el folklore cántabro, respectivamente. El primero, entre otros méritos, despeja completamente las dudas acerca de la ubicación de la "Cantabria" de la Vida de San Millán y demuestra cómo, todavía en el siglo XI, los monjes del monasterio de La Cogolla situaban esa región en el mismo sitio en el que estaba en época romana: "in mons Iggeto iuxta fons Iberi" (en el monte Hijedo, junto al nacimiento del Ebro). El segundo, por su parte, cuenta con un más que interesante apéndice que recoge los textos (en latín y con traducción al castellano) de Martín de Braga y Beato de Liébana relativos a las prácticas precristianas de los habitantes de Gallaecia y Liébana, respectivamente, en los siglos VI y VIII d. de C., también respectivamente.

En general y como buen hijo de su tiempo, González Echegaray tenía una visión marcadamente "indigenista" de esos "siglos oscuros" y presentaba a unos cántabros tardoantiguos aún paganos, sólo superficialmente romanizados y que, tras recuperar su independencia después de la desaparición del imperio romano, andaban a la gresca, junto con los vascones, con unos visigodos que nunca habrían llegado a dominarlos del todo. La definitiva "romanización" (cristianización y latinización, entre otras cosas) de Cantabria habría tenido lugar a partir de 711, con la llegada al norte de los hispanogodos huídos de la invasión árabo-bereber y, sobre todo, de los habitantes del Valle del Duero desplazados por Alfonso I a mediados del siglo VIII d. de C. No será ninguna sorpresa para el lector asiduo del blog si digo que no compartimos en absoluto esa visión del altomedievo cántabro (y la hemos criticado en otras ocasiones), pero conviene relativizar y, sobre todo, contextualizarla (cosa que, yo al menos, no he hecho como debiera también en otras ocasiones): eran los años 60-70 (y 80) y el "paradigma" en historia altomedieval del norte peninsular era el establecido por Barbero y Vigil (la versión española del materialismo histórico, que venía a "tumbar", como alguien ha comentado recientemente en este mismo blog, a la visión "clásica", "hija" de Sánchez Albornoz).



Yendo a lo que nos interesa, el aspecto más destacado quizá sea su interpretación del contexto sepulcral de época visigoda de la cueva del Juyo (los restos esqueletizados de una mujer y varios niños, asociados a varias cuentas de collar de vidrio y depositados sobre el suelo de una sala interior, muy alejada de la boca). Aunque él no fue responsable del hallazgo (sus excavaciones en El Juyo empezaron más tarde), González Echegaray fue plenamente consciente de que aquello se salía de lo normal y trató de buscar una explicación para lo que, a todas luces, era un "enterramiento atípico". Esa explicación, como no podía ser de otra manera por lo que se ha comentado en el párrafo anterior, pasó por el indigenismo y el paganismo de los cántabros: los restos humanos de esa zona de la cueva serían, según él, la evidencia de algún tipo de "sacrificio ritual" llevado a cabo por unos indígenas aún sin cristianizar. La verdad es que ahora puede sonarnos descabellado, pero sólo hay que echar un ojo a cómo se ha venido explicando el contexto funerario, muy similar, de Cueva Foradada (Sarsa de Sursa, Huesca) hasta hace bien poco para darse cuenta de lo difícil que era, hace unas décadas, interpretar este tipo de hallazgos. Por el contrario, otras cuevas con objetos de los siglos VII-VIII d. de C., como Los Hornucos o Cudón, eran vistas por él como el lugar de residencia de monjes llegados desde el sur para evangelizar Cantabria. Por tanto y resumiendo mucho, según González Echegaray, las cuevas en esos siglos habrían sido el último reducto del paganismo y, por eso mismo, el primer lugar en ser cristianizado.

Volviendo al Juyo antes de cambiar de tema, en una ocasión tuve la oportunidad de preguntarle por las cuentas de collar antes mencionadas, desaparecidas desde no se sabe cuándo, y me confirmó al cien por cien tanto que eran de época visigoda (por tipología) como que en su momento estuvieron depositadas en el Museo de Prehistoria de Santander, el actual MUPAC (quizá algún día aparezcan, guardadas por error en donde no debían, y podamos echarlas un ojo. Y compararlas con las de Riocueva. Por soñar...).

Eso por lo que toca a la historia y la arqueología de la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media en Cantabria. En cuanto a nuestra relación con él, podríamos remontarnos unos cuantos años atrás en el tiempo (sobre todo Enrique), a los gloriosos tiempos del Grupo Arqueológico Attica (¡¡¡Larga vida al GAA!!!) o a la previa de lo que luego desembocó en "Castros y castra en Cantabria", pero nos quedaremos con el hecho más reciente. Hace 4 o 5 años fuimos invitados a participar, junto con otros autores, en una publicación monográfica acerca del uso de las cuevas en Cantabria en la Alta Edad Media. Esa publicación (iba a ser un número especial de la revista "Antigüedad y Cristianismo" que, por motivos varios y por desgracia, nunca vio ni verá la luz) tenía su origen en un curso de la Obra Social de Caja Cantabria sobre las cuevas artificiales cántabras en el que nosotros no habíamos participado y con el que no teníamos nada que ver. Sin embargo, fuimos invitados a participar en ella, con un artículo sobre las cuevas naturales cántabras y su utilización entre los siglos V y X d. de C., por petición expresa de González Echegaray, que conocía nuestro trabajo sobre ese tema. En aquellas reuniones preparatorias, que tuvieron lugar en la sede del IPI y en las que nos juntamos tres generaciones de arqueólogos y/o historiadores de la Alta Edad Media cántabra (el propio Joaquín González Echegaray, Ramón Bohigas y nosotros dos), tuvimos ocasión de debatir, intercambiar ideas y aportar nuestra visión acerca del fenómeno rupestre tardoantiguo y altomedieval. Y en ellas de nuevo (pues ya lo conocíamos) pudimos comprobar cómo la fama de buena gente y de persona educada que tenía era completamente merecida. También le dimos a leer algún trabajo (éste, por ejemplo) y le pedimos opinión, y él hizo lo propio con su artículo para el monográfico fallido (sobre los orígenes del cristianismo en Cantabria, por cierto), cuyo original aún conservo por ahí.

La última vez que le vimos fue en la concesión del Doctorado "Honoris Causa" por parte de la UC, hace apenas un par de semanas, aunque no tuvimos la oportunidad de saludarle. Por cierto, que si se retrasa un poco más con los trámites y el papeleo, nuestra querida institución se lo concede de forma póstuma...

Y "last but not least", que diría un políglota con ínfulas, hay un aspecto de su figura que a mí siempre me llamó mucho la atención (para bien) y aumentó notablemente, si cabe, mi admiración por él: su estilo. Era un tipo con mucha, mucha clase, tanto en el estar como en el vestir; siempre perfectamente arreglado, ya fuese a dar una conferencia o a recibirte para una charla informal en su despacho del IPI. Y eso, en los tiempos que corren y para los que aún valoramos un poco la estética, era muy de agradecer.

Hasta aquí llega este pequeño recuerdo a Joaquín González Echegaray. Soy consciente de que se queda muy corto y faltan un montón de cosas que decir. Habrá, seguro, mejores ocasiones para homenajearle como y donde se merece (negro sobre blanco y con algún trabajo sobre la Cantabria de época visigoda, por supuesto).

Y para terminar y aunque se trate de una despedida recurrente en nuestro mundillo y aledaños, lo diré: que la tierra le sea leve.


20 mar 2013

Testimonios de época visigoda en Cantabria (3)

Hace ya un tiempo dedicamos una entrada al broche liriforme que hizo suponer a J. Carballo, durante sus excavaciones de 1940 en Retortillo/Iuliobriga, que había encontrado un cementerio relacionado con las invasiones bárbaras. Sin embargo, no fue ese objeto el que le resulto más elocuente, sino otro. Nos referimos a la conocida como estela de Teudesinde (TEVDE/S(i)ND(a)E).

Estela de Teudesinde (Hernández Morales, 1947)
Según el diario de las excavaciones de 1940 que se conserva en el archivo del MUPAC, "en la sepultura nº 21, encima, sale una estela que mide 60 cm por 35; tiene una leyenda "TEVDE", que no termina por estar algo rota la piedra, y siguen las letras al lado izquierdo, en forma ilegible por estar muy erosionado". Al año siguiente, cuando J. Carballo publica un resumen de la campaña en Metalurgia y Electricidad nº 43 y describe la necrópolis que se dispone sobre las ruinas romanas, se refiere a la estela como "el único indicio que tenemos para suponer que (las sepulturas) pertenecían a individuos bárbaros del Norte", aunque duda en identificarlos como suevos o visigodos. Será T. Maza Solano quien se incline finalmente por esta segunda opción en su artículo de 1957 "Manifestaciones de la economía montañesa desde el siglo IV al XVIII", estimando que se trata de una inscripción "con nombre y caracteres visigodos" del siglo VII y de tipo hispano-visigodo, según la terminología de la época. Sin embargo, en 1985 E. Van den Eynde niega la relación de esta estela y de la necrópolis de Retortillo con el mundo visigodo y estudios más recientes como el de C. Martín Gutiérrez plantean una cronología amplia para la pieza, desde el siglo VII al siglo IX.

Contamos con un paralelo del antropónimo en una inscripción funeraria del siglo VII procedente de Cárchel (Jaén) que comienza: [HI]C EST SEPULCR(u)S (sic) TEV/DESIND(a)E, o, lo que es lo mismo "Este es el sepulcro de Teudesinda". La inscripción continua con una fórmula para amedrentar a los profanadores de tumbas con la siguiente amenaza: "si alguien lo remueve, marche con el traidor Judas y el fuego". Esta fórmula es interesante para datar la inscripción, ya que según S. Perea Yébenes está inspirada directamente en la Lex Visigothorum. Desde el punto de vista epigráfico, ambas inscripciones coinciden en el uso de la S invertida.

Inscripción funeraria de Cárchel (Museo de Jaén). Foto Ceres-MECD.
Calco de la inscripción, con el antropónimo Teudesinda resaltado (Sotomayor, 1979)
Sea o no una estela "visigoda", sí sabemos que la necrópolis de Retortillo estuvo en uso al menos desde el siglo VII y tiene una fase de época visigoda, como ya defendimos hace tiempo.

15 mar 2013

Vestigios de la hospitalidad cántabra


"En cuanto a sus costumbres, son crueles con los malhechores y los enemigos y buenos y humanos con los huéspedes. Todos quieren dar albergue a los forasteros que van a su país y se disputan entre ellos para darles la hospitalidad: aquellos a quienes los forasteros siguen considerando dignos de alabanza y agradables a los dioses." 
Diodoro 5, 34
El hospitium fue una institución extendida por todos los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, un acuerdo entre iguales –bien entre individuos, comunidades o individuos y comunidades que no sólo fue recogido por los autores clásicos, sino que dejó como prueba material de su existencia las denominadas téseras de hospitalidad o tesserae hospitalis. Éstas no son más que pequeñas piezas normalmente de bronce, con formas geométricas o zoomorfas, que presentaban al menos una cara plana en la que solía inscribirse el pacto realizado o una referencia directa al mismo o a los firmantes. Dichas piezas nunca se fabricaban de forma individual, sino que contaban con una hermana gemela. Su finalidad era sencilla: cada parte contrayente del acuerdo se quedaba con una las mitades de tal forma que, si llegase el momento de comprobar la veracidad del pacto, ambas téseras podrían confrontarse. Algo muy útil, si tenemos en cuenta que habitualmente se trataba de acuerdos de carácter hereditario. Los motivos para crear vínculos de hospitium solían ser bastante diversos: derechos de paso, concesión de ciudadanía temporal o permanente, aprovechamiento de pastos, etc.

En el antiguo solar de los cántabros se conocen hasta el momento dos de estas téseras. La primera documentada procede de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) (Peralta 1993). Se trata de un pequeño bronce de 3,5 cm de longitud, 2 cm de alzada y 0,5 cm de grosor en su punto central cuya forma, en su anverso, representa a dos manos estrechándose. El reverso conserva la inscripción TURIASICA / CAR, interpretada como TURIASICA CAR(UO) y traducida como “hospitalidad Turiasica o de Tusiaso” lo que revela la existencia de algún tipo de relación con esta ciudad celtíbera sita en la actual Tarazona (Zaragoza). Por lo que respecta a su cronología es fechada entre la Guerras Civiles de finales de la República y la época de Augusto, si bien hay que señalar que algunos autores considerán a está tésera como “sospechosa” por su alto contenido en zinc (Beltrán et alii 2009).

Tésera de Monte Cildá
La segunda de las téseras fue hallada en 2009 durante las intervenciones arqueológicas desarrolladas en el castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria) (Fernández Vega y Bolado del Castillo 2011). En esta ocasión se trata de una pequeña pieza de bronce de pátina de color verde oliva, realizada seguramente con la técnica de la cera perdida, que presenta unas dimensiones de 4,9 cm x 3,8 cm x 0,5 cm y un peso de 25,2 g.  En su anverso, se aprecia la representación de un oso desde una perspectiva cenital cuya superficie es decorada por líneas incisas paralelas en el cuello, hocico y en los extremos de las patas, delimitando unas zarpas que aparecen remarcadas por un rebaje semicircular con incisiones a modo de garras. El reverso es completamente liso y plano acogiendo un total de seis agujeros (uno en cada extremo de las patas y tres en el cuerpo) que servirían de hembras de unión para confrontar una pieza hermana como la tésera conservada en la Real Academia de la Historia que, por otro lado, constituye nuestro paralelo más cercano y gracias al cual no existe duda alguna de que nos encontremos ante una tésera de hospitalidad. Cronológicamente es fechada ente los siglos II-I a.C., siguiendo la propuesta para su paralelo inmediato, coincidiendo con el período de mayor auge de este castro.

Tésera de Las Rabas
Son pocas las téseras conocidas hasta ahora entre los Cántabros, no obstante son  suficientes para avanzar la existencia de unas fluidas relaciones con los pueblos de su entorno y con ciudades lejanas de los valles cercanos como el Ebro. Desconocemos el carácter de las mismas aunque estamos seguros de que irán más allá de lo militar para adentrarse en lo puramente sociopolítico o económico. Los fieros guerreros abandonarán sus razzias para comerciar o simplemente para guiar el ganado de un territorio a otro en busca de pastos frescos. 

  • BELTRÁN LLORIS, F.; JORDÁN CÓLERA, C. Y SIMÓN CORNAGO, I. (2009): Revisión y balance del corpvs de téseras celtibéricas. Paleohispanica, 9: 625-668.
  • FERNÁNDEZ VEGA, P.A. y BOLADO DEL CASTILLO, R. (2011): Una nueva tésera de hospitalidad en territorio cántabro: el oso del castro de Las Rabas (Cervatos, Cantabria). Archivo Español de Arqueología 84: 43-50.
  • PERALTA LABRADOR, E. (1993): La tésera cántabra de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia). Complutum 4: 223-226.

6 mar 2013

Tirando de la cadena

A veces, la búsqueda de paralelos para determinados objetos que aparecen en una excavación arqueológica puede conducir a resultados un tanto pintorescos. Sobre todo si el objeto es tan simple y tan poco característico en su morfología como el que nos ocupa. Hablamos, en esta ocasión, de la cadena de bronce formada por eslabones en forma de 8 de la cueva de Riocueva, recuperada durante la excavación de 2011. Apareció en el Sondeo 2, bajo la base de una vasija de cerámica. Para recuperar un aspecto similar al que tuvo en origen ha sido sometida a un largo y delicado proceso de restauración, llevado a cabo por Alfredo Prada (gracias, gracias, gracias...).

Eslabones de cadena en el momento del hallazgo

Cadena de Riocueva después de la restauración
El primer sitio en el que comenzamos a buscar objetos similares fue en las necrópolis de época visigoda. Las encontramos en Duratón y Carpio de Tajo. Lo único que nos aportó esa búsqueda fue la confirmación de que, efectivamente, en esta época se utilizaban cadenas de aleaciones de cobre con eslabones en forma de 8. Y poco más, porque hay pocas cadenas, están bastante fragmentadas y no queda muy claro para qué se utilizaron.

Fragmentos de cadenas de Duratón (Molinero, 1971) y Carpio de Tajo (Ripoll, 1993-1994)
Como no quedamos demasiado satisfechos con la parca información que aportaban los hallazgos de la península Ibérica, echamos un vistazo más allá de los Pirineos. En la Galia merovingia hay algunos ejemplos que ofrecen un poco más de información, como la cadena de cintura (chaîne de ceinture) de la necrópolis de Hérouvillette, asociada a un individuo de sexo probablemente femenino. En otros lugares del país vecino se conocen objetos similares relacionados con cinturones, usados con fines ornamentales o para colgar cosas, como los que aparecen en la necrópolis de Longpre-les-Amiens o en la necrópolis de Saint-Sauveur.

Cadena de cintura de Hérouvillette
Cadenas y otros objetos metálicos de Longpre-des-Amiens
Cadena de Saint-Sauveur
Sin embargo, en territorios más orientales las cadenas de bronce con eslabones en forma de 8 tuvieron una finalidad distinta en la Antigüedad Tardía y la temprana Edad Media. Nos quedamos con dos ejemplos singulares.

Este tipo de cadenas eran utilizadas para colgar una lámpara del tipo conocido como polykandela, como la que se reconstruye el estudio sobre el vidrio de Hippos/Sussita (Israel). Eran lámparas utilizadas en edificios distinguidos y muchas están relacionadas con iglesias y otros edificios de culto. Incluso algunas muy parecidas siguen iluminando las mezquitas del norte de África y Próximo Oriente. Como detalle significativo, las cadenas se unen para colgar del techo con un gancho mayor. Y en Riocueva tenemos un gancho de este tipo... aunque nos faltan otras piezas y se nos hace un poco cuesta arriba pensar que hayan colgado en la cueva una lámpara de este tipo.

Reconstrucción de una polykandela de Hippos/Sussita (Israel) 
Lámparas colgando de cadenas en la mezquita del sultán Hassan, El Cairo (Egipto)
El otro ejemplo, bastante curioso, es un amuleto ávaro de la tumba 192 de Várpalota-Unió Homokbánya (Hungría), datado en el siglo VIII. Cuelga de una cadena similar a la de Riocueva. Aunque no podemos descartar que los muertos depositados en la cueva estuviesen acompañados con algún tipo de amuleto, no parece probable que fuese tan "aparatoso" como el que portaba este ávaro.

Amuleto ávaro de Várpalota-Unió-Homokbánya (Hungría)
¿Con qué interpretación nos quedamos? Lo razonable es suponer que la cadena tenga que ver con algún elemento del atuendo, ya sea colgando del cinturón para sujetar otro objeto (un cuchillo, quizá) o simplemente como adorno. Sin embargo, "tirar de la cadena" nos ha mostrado que las posibilidades son muchas y que se tienen que tener en cuenta otros datos sobre el contexto del hallazgo para poder relacionar forma y función de cada objeto. Y, como todavía no estamos del todo convencidos de para qué sirvió la cadena, aceptamos sugerencias...


1 mar 2013

Con aires de fosa común

El impresionante yacimiento arqueológico de Cruña (Aguilar del río Alhama), identificado con la antigua ciudad celtibérico-romana de Contrebia Leucade, guarda, en sus niveles más recientes, restos de una importante fase de ocupación altomedieval que llega hasta el siglo IX d. de C. Esos restos consisten, sobre todo, en numerosas estructuras de habitación que reaprovechan (y reforman parcialmente) las casas de época antigua, caracterizadas por tener una parte excavada en la roca; y se localizan, sobre todo, en la zona de la muralla situada al sur. En su interior se han recuperado abundantes materiales de época visigoda e islámica temprana, entre los que destacan las cerámicas, los útiles y herramientas y algunos elementos relacionados con la indumentaria, como un importante conjunto de broches de cinturón (algunos de ellos en proceso de amortización como fuente para la obtención de bronce).

Vista de la zona de la muralla sur, en la que se localizan los principales restos de época visigoda

En esta entrada me voy a centrar, brevemente, en un aspecto muy concreto del yacimiento (cuya visita recomiendo encarecidamente a quien se pase por esa zona de La Rioja: Amaya y yo estuvimos en la primavera de 2011 y tuvimos la enorme suerte de que fuese el propio director de la intervención arqueológica en el yacimiento, José Antonio Hernández Vera, quien nos lo enseñase) y de esos niveles tardíos: una más que curiosa "cámara sepulcral" localizada extramuros aunque casi inmediata a la muralla y, por tanto, muy cerca de las viviendas de época visigoda.

Amaya pasando junto a uno de los bastiones de la muralla, haciendo de escala y dirigiéndose hacia la "cámara sepulcral"

Se trata, en realidad, de la parte hipogea de una casa de la Edad del Hierro (o lo que es lo mismo, de una pequeña cueva artificial de las muchas que salpican el yacimiento) que fue reutilizada como lugar de enterramiento a inicios de la Edad Media. Reutilizada y, en un momento que no parece muy lejano en el tiempo al del inicio de ese uso sepulcral, completamente sellada con un muro de piedra en seco.

Aspecto actual del exterior de la "cámara sepulcral"
Y aquí, por dentro (la imagen es engañosa, porque parece mucho mayor de lo que es en realidad)
Aspecto que tenía el exterior de la cámara en el momento de su descubrimiento y excavación (obsérvense las medidas, gracias a los jalones que sirven de escala). La fotografía está sacada de Hernández Vera et alii, 2007

En el momento de su descubrimiento el suelo de esta pequeña cueva artificial estaba, literalmente, cubierto de restos humanos; en conexión anatómica los de los extremos (la zona de la entrada y la esquina opuesta) y desarticulados en varios grados la mayor parte, debido a los siempre simpáticos procesos postdeposicionales. En cualquier caso y para tratarse de un enterramiento múltiple de esta época y este tipo (en cueva, artificial, pero cueva), se trata de uno de los pocos casos en los que es posible hacerse una idea general de cómo fueron depositados los cadáveres. La cronología del conjunto ha sido establecida a partir de dos elementos: un broche de cinturón de placa rígida y una moneda de Witiza. El primero nos llevaría, a priori, a la primera mitad del siglo VII, aunque tengo más que serias dudas acerca de su posible perduración en el tiempo y su convivencia con los liriformes (hay una manera rápida y no demasiado científica de saberlo: si tiene hebijón de base escutiforme, suele ser antiguo; si lo tiene de base recta, puede llegar incluso a comienzos del siglo VIII). La segunda es, inequívocamente, de inicios del siglo VIII.

Restos humanos en el interior de la cámara (Fotografía: Hernández Vera et alii, 2007)
Más restos humanos, estos en la rampa de acceso al interior de la cueva. Llama la atención la postura del situado más cerca de la "entrada", con todo el aspecto de haber sido arrojado al interior sin demasiados miramientos (Fotografía: Hernández Vera et alii, 2007)

Sus descubridores han hecho una primera interpretación del yacimiento como un "panteón familiar" cuya secuencia de utilización vendría a ser la siguiente: en un primer lugar se realizarían algunos enterramientos más o menos al uso (los dos de la esquina contraria a la entrada y que pueden verse en la siguiente fotografía), en espacios delimitados por piedras (que a mí me recuerdan a las fosas con murete de los cementerios coetáneos); mientras que, después, los cadáveres irían siendo depositados de forma más desordenada. Estando de acuerdo completamente con esa reconstrucción de los hechos, no lo estoy con la interpretación, ya que lo que cuentan y, sobre todo, lo que se ve en las fotos se aleja mucho de lo que sería esperable en un panteón. A mí me recuerda, también mucho, a una sepultura de catástrofe, con muertos arrojados de cualquier manera al interior de la "cámara" (véase, por ejemplo, el fiambre de arriba a la izquierda en la última foto, con el brazo en la típica postura del que ha sido cogido por los sobacos para transportarlo), que funcionaría como una suerte de "fosa común", y que se amontonan en la zona más próxima a la entrada. Es cierto que los dos del fondo (los de la foto de abajo, que tienen toda la pinta de haber sido los primeros en ser depositados) sí que parecen haber sido colocados con cierto cuidado, así que habría que tratar de explicar esa curiosa evolución en la "vida" de este no menos curioso sepulcro.

Enterramientos "fundacionales" (Fotografía: Hernández Vera et alii, 2007)

Tirando de imaginación pero tratando de ser fiel a lo que hemos visto y contado más arriba, aquí va una propuesta de reconstrucción: alguien muere (de forma más o menos rara y repentina) y se decide enterrarle en una de las muchas cuevas artificiales que hay en el lugar. Se le mete dentro, se le "acomoda" a la manera habitual en caso de fallecimiento (decúbito supino, en un espacio delimitado por piedras) y se tapia la entrada, dejando un medio de acceso por si fuera necesario volver. Al poco tiempo otra persona (quizá emparentada, por qué no) muere de lo mismo y se repite la operación, depositando su cuerpo junto al primero, de forma también más o menos ordenada. Sin embargo, de repente, la mortalidad se dispara en la comunidad y empieza a morir mucha gente en poco tiempo, lo que obliga a los vivos a tomar medidas drásticas: ya no se mete a los muertos en la cueva y se les deposita de forma ordenada, sino que se les tira de cualquier manera y se sella definitivamente la entrada. Y en algún momento de ese proceso, alguno de los enterradores considera que lo que está ocurriendo tiene un culpable y decide acabar con él de una vez por todas....
 
No. No se me ha ido la pinza. Si es que no habéis reparado en ello, volved a la última foto de la entrada y buscad el cráneo del muerto más antiguo (el de la izquierda). ¿Lo veis? Yo tampoco. En su lugar veo una enorme piedra que no ha podido caer desde ningún sitio y que a mí me parece que ha sido puesta allí de forma bastante enérgica. Sé que es bastante arriesgado decir esto sin haber aún una publicación en detalle del yacimiento, pero no se me ocurre otra explicación mejor (la piedra sigue allí, como también puede verse en otra foto un poco más arriba, por lo que sería sencillo comprobar si debajo hay un cráneo hecho trizas). Aplastar las cabezas de los enterrados en este tipo de yacimientos (cuevas sepulcrales con enterramientos múltiples) y en esta época (siglos VII-VIII) cuenta con muy buenos paralelos que veremos con detalle en una próxima entrada.Y, además, es una de las formas clásicas de acabar con un revenant y con sus andanzas, que en ocasiones tenían forma de pestilencia que iba diezmando a los vivos.
 
Por todo lo visto hasta aquí creo que la "cámara sepulcral" de Contrebia Leucade puede ser considerada, con todos los peros que se quiera, como un enterramiento múltiple de época visigoda en cueva. Y que ese enterramiento múltiple puede ser explicado como la consecuencia de una muerte catastrófica que afectó a los habitantes del lugar en uno o varios momentos hacia finales del siglo VII e inicios del VIII. Las imágenes publicadas recuerdan mucho más a una fosa común que a un panteón y creo que pueden servir perfectamente para hacernos una idea del aspecto que debieron tener algunas de las cuevas cántabras que estamos estudiando (Las Penas, Riocueva, etc.) antes que que el agua y las alimañas le dieran la vuelta a todo. En cualquier caso, habrá que esperar a la publicación en detalle de la cueva y sus muertos para saber si lo escrito aquí cuenta con bases firmes o no pasa de ser una mera (pero vistosa) elucubración.