15 dic 2020

Vídeos, vídeos (de conferencias) everywhere

Como ya anunciamos en su momento, Enrique y yo participamos hace unos meses en un ciclo de conferencias sobre la alta Edad Media cántabra organizado por ADIC y patrocinado por el Gobierno de Cantabria a través de la Fundación Camino Lebaniego. Ahora los vídeos de aquellas charlas ya están colgados en la red, así que quien se quedó con las ganas entonces tiene la oportunidad de ver, desde su casa, un repaso en dos partes a la arqueología de Cantabria entre los siglos VI y XI. De nuevo, por riguroso orden cronológico:




Y no hay mucho más que contar, porque todo lo contable sobre estos asuntos (y alguna cosa más) está en los vídeos. Espero que os gusten.

5 nov 2020

Seminarios virtuales sobre Patrimonio y Paisajes Culturales

El GIPyPAC de la Universidad del País Vasco organiza, a partir del próximo miércoles 11 de noviembre, su primer ciclo de webminars sobre Patrimonio y Paisaje. El acceso a los seminarios se realizará, en la plataforma Blackboard Collaborate Ultra, a través de este enlace:

https://eu.bbcollab.com/collab/ui/session/guest/b6e2b0510afa457087d556c584332857

Las fechas, los temas y los ponentes podéis verlos en la imagen que sigue:



13 oct 2020

Vamos a conferenciar

Este jueves , 15 de octubre, comienza este ciclo (organizado por ADIC, con el patrocinio del Gobierno de Cantabria y la colaboración de la Biblioteca Central de Cantabria) en el que participamos Enrique y yo con sendas conferencias

Os dejo los títulos y resúmenes de ambas charlas (primero la mía y luego la de Enrique, por orden doblemente cronológico, porque yo hablo de cosas más antiguas y también lo hago antes), que van de arqueología tardoantigua y altomedieval (como no podía ser de otra manera):

ENTRE LA ANTIGÜEDAD Y LA EDAD MEDIA: ARQUEOLOGÍA DE CANTABRIA EN ÉPOCA VISIGODA (SIGLOS VI-VIII)

Frente a la imagen, extendida durante décadas, de una Cantabria de los siglos VI-VIII completamente al margen del mundo visigodo, aislada, pagana y culturalmente más cercana a la Edad del Hierro que a la Tardoantigüedad, la arqueología nos está ofreciendo, en los últimos años, una visión completamente distinta. En esta conferencia se revisarán esas aportaciones, en un recorrido que va de los (aún escasos) lugares de habitación conocidos a las necrópolis, pasando por iglesias y cuevas con uso sepulcral y prestando una especial atención a la cultura material y a sus implicaciones desde el punto de vista de las conexiones con otras zonas de la Península, de Europa y del mundo mediterráneo.

TUMBAS, JARRAS Y CASTILLOS. UNA APROXIMACIÓN A LA ARQUEOLOGÍA ALTOMEDIEVAL DE CANTABRIA 

La documentación arqueológica aporta un punto de vista diferente pero complementario al de otras fuentes más tradicionales en el estudio del medievo. Los restos conservados en Cantabria que se pueden datar en la Alta Edad Media (siglos VIII-XII) corresponden, fundamentalmente, a tres grandes categorías: contextos funerarios (necrópolis, tumbas, estelas…); recipientes cerámicos; y pequeños castillos. Proponemos un recorrido por los hitos más reseñables de estos conjuntos de cultura material como una forma de acercarse a la sociedad del momento y conocer mejor diversos aspectos relativos a sus formas de explotación económica, su articulación territorial o sus creencias.

A ver qué tal sale.

10 jul 2020

Dos mejor que uno

Hoy es un gran día. Uno de esos momentos felices que, después de tanto tiempo, parece que nunca va a llegar, o que ha pasado ya y no te has enterado. Desde has 13.05 h del día 10 de julio del año en curso, por fin, puedo referirme a mi compañero de batallas arqueológicas durante más de 20 años como «doctor». Este 2020 es un año extraño en el que una funesta pandemia ha cambiado las reglas en muchos ámbitos y este ha sido uno de ellos. He vivido el esperado momento a más de 600 km de poder darle el merecido abrazo a mi amigo. Quizá ha sido una ventaja, porque seguramente me hubiese puesto a llorar como una Magdalena. Estas cosas me ponen muy sentimental porque siempre son un momento adecuado para recordar a los que siempre han estado ahí y a los que, desgraciadamente, no han podido estar. No puede faltar el recuerdo al que nos dejó sin poder ver doctorados ni a la otra mitad del Proyecto Mauranus, ni a quien escribe estas líneas, después de haber estado tantos años dando por sentado que lo conseguiríamos.

Portada de la tesis.

No he podido abrazar al ya doctor, ni ver cómo recibía las felicitaciones del tribunal, ni del director que con tanta paciencia le ha soportado hasta este momento. Solo he podido asomarme a una ventanita virtual, abusando de mi condición de doctor, para trasmitir desde la distancia mi felicidad por el desenlace de tan esperado acontecimiento. Margarita Fernández Mier, Ángel Armendáriz Gutiérrez y Alfonso Vigil-Escalera Guirado han otorgado al pupilo de Pablo Arias Cabal la calificación de sobresaliente a la tesis doctoral El uso de las cuevas en época visigoda brillantemente defendida por José Ángel Hierro Gárate en la Universidad de Cantabria. Dos décadas de trabajo intermitente pero nunca abandonado que arrancaron allá por el otoño de 1999 y que empezaron a tomar forma en 2002 con el artículo «Arqueología de la Tardoantigüedad en Cantabria
yacimientos y hallazgos en cueva» publicado en nuestra añorada Nivel Cero.

Una instantánea del acto, cortesía de Rafa Bolado.
El doctorando (dcha.), el secretario del tribunal (izq.) y los afortunados asistentes.

A estas alturas, todo el mundo sabrá de qué iba la tesis y muchas de las ideas que se recogen en ella. Muertos, muertos y más muertos de sitios húmedos y oscuros, algunos de ellos acompañados de cosas antaño brillantes. Un minucioso catálogo de yacimientos con un no menos exhaustivo estudio de los objetos encontrados en ellos. Una necesaria revisión crítica de este tipo de contextos subterráneos a los que en ocasiones se había prestado poca atención por las dificultades de interpretación que plateaban. Solo había que esperar que alguien con suficiente paciencia, conocimientos y capacidad de síntesis le hincase el diente. Esperemos que haga un último esfuerzo y convierta esta tesis en una publicación que, sin duda, se convertirá en imprescindible.

Lo dicho, doctor Hierro: gracias por completar el camino. Enhorabuena, y a descansar el cuerpo y la mente. Es lo que toca. Aunque ahora creas que te hastía el tema al que tanto tiempo, esfuerzo y pasión has dedicado, en unas semanas o un par de meses a lo sumo te volverá a resultar apasionante.

21 abr 2020

Thesis conclusa, doctoratus interruptus (o algo así)

A veces, cuando a lo largo de estos muchos años de vida como doctorando alguien me preguntaba por la tesis, yo respondía que antes se acabaría el mundo que yo la terminase. Y todo eran risas (porque han sido muchos años, creedme). Más recientemente, cuando comenzaban a llegar noticias de China sobre un coronavirus muy malo (que entonces sonaba a algo así como el primo mazao y macarra del SARS aquél de la "Neumonía Atípica" de hace unos años) y quienes sabían que estaba en capilla, académicamente hablando, me volvían a preguntar por lo mismo, respondía que, con lo cenizo que soy, fijo que lo cogía y no podía doctorarme. Y más risas aún. Pues bien, ni el mundo se ha acabado aún ni yo he pillado el bicho todavía (aunque entre enero y febrero de este año me dejé la salud y unos cuantos kilos en el empeño por terminar), pero lo cierto es que, hasta la fecha, no he podido optar a doctorarme. Terminé la tesis (contrarreloj y con los plazos a punto de vencer, pero en tiempo y forma; tras agotar todas las prórrogas posibles y alguna más, eso sí), deposité, pagué las tasas, pasé el corte, conseguí un tribunal y me dieron fecha para la defensa (el 23 de marzo pasado). Pero llegó la pandemia y con ella el estado de alarma y el confinamiento. Y con ellos tres la suspensión de actividades universitarias y la congelación de los plazos. Y así se quedó uno, que dicen en mi pueblo, aunque he de reconocer que me han ofrecido hace un par de semanas la posibilidad, que he rechazado de momento, de hacer la lectura por vía telemática (y en zapatillas, añado) desde mi casa.


La criatura (con fotón de Pedro Saura de portada)

Así que aquí estoy, con una tesis que existe físicamente, pero que a efectos académicos sigue en el coronalimbo, y sin el ansiado título con el que lustrar mi firma y mi buzón (porque cuando se es doctor se pone en el buzón, ¿verdad?). Y sin el más que deseado talonario de recetas (¡que tiemblen las farmacias!) ni poder apretarme ese Ballantine´s 21 años que tengo por ahí reservado para la ocasión desde la noche de los tiempos. Por lo demás, el trabajo va de lo de siempre: cuevas, visigodos, más cuevas, más visigodos muertos, aún más cuevas, aún más visigodos muertos con sus locos cacharros metidos en cuevas y cosas así. También hay alguna referencia de triste y rabiosa actualidad, en lo que no deja de ser una peculiar ironía del destino. Y hasta aquí puedo leer.


Una de las fotos de uno de esos fiambres

En cualquier caso y viendo la que está cayendo, tampoco me puedo quejar. Algún día solventaremos esta anomalía académica y, si todo va bien, cumpliré ese objetivo y cerraré (por fin) esta etapa interminable. Y si, por lo que sea, me quedo por el camino, no tendré descanso y mi cuerpo se levantará cual revenant inquieto y volverá para reclamar lo que considera que debería ser suyo. Y eso, bien mirado, también tiene su punto molón. ¿O no?


"Mi doctoradoooooo"


2 abr 2020

"Bellum Cantabricum"

Y, para que no decaiga la cosa, seguimos con otra novela. En este caso se trata de la segunda obra de José Manuel Aparicio, finalista (en mi opinión, desconfiada por naturaleza, más bien ganadora, como mínimo, ex aequo, aunque se hayan sacado de la manga esa categoría y hayan otorgado dos premios, de aquella manera) del Premio Edhasa Narrativas Históricas en su edición de este año 2020. Vamos, que está recién salida del horno y viene con un buen aval.


A diferencia de "El reino imposible", ésta, que lleva por título un más que sugerente "Bellum Cantabricum" y trata, obviamente, sobre (una fase de) las Guerras Cántabras, no la he leído aún; así que no puedo daros una opinión personal. Ni tan siquiera hacer un spoiler, más allá de adelantaros que, al final, los romanos ganan y conquistan Cantabria. Pero, pese a ello, la recomiendo, ya que, de nuevo, salgo en los agradecimientos y eso, queráis o no, es un magnífico indicador de la calidad del producto. O,  al menos, del buen gusto del autor a la hora de elegir a quién preguntar sobre algunos aspectos relacionados con la campaña romana de 26-25 a. C. por estas tierras. Bromas aparte, ciertamente tengo muchas ganas de echarle mano y lo haré en cuanto sea posible y nuestro amigo el SARS-CoV-2 nos deje volver, siquiera un poco, a la normalidad. Desconozco si se puede pedir, en formato físico, para que se lo traigan a uno a casa (ya sabéis que no soy muy partidario, hoy por hoy, de hacerlo y, en este caso, además, quiero un ejemplar dedicado por el autor, así que esperaré), aunque lo que sí es seguro es que la edición digital está disponible en cualquiera de los sitios de Internet habituales para este tipo de cosas y en la página de la propia editorial que he enlazado más arriba.

Y ya que estamos con la Guerra Cantábrica de Augusto y sus secuelas, aunque sea de forma novelesca, aprovecho para adelantar que, como no podía ser de otra manera, los siempre intrépidos y aguerridos chicos (o ya no tan chicos) de AGGER seguimos en la brecha y estamos preparando unos cuantos artículos y capítulos para dar a conocer lo que hemos encontrado y estudiado, relacionado con este tema, en los últimos años (que, somos conscientes, acumulamos ya cierto retraso en la presentación de resultados). Se avecinan interesantes (re)publicaciones al respecto, si el tiempo y esa venganza del simpático pangolín de la China popular con forma de coronavirus que nos acogota lo permiten. Así que, para cerrar, os dejo con una imagen LiDAR (si se me perdona la expresión) de un interesante, muy bien situado y aún inédito (aunque por poco tiempo) campamento romano en el que hemos intervenido en el marco de nuestra participación el Proyecto Guerras Cántabras, dirigido por Eduardo Peralta.


En breve, esperemos, más. 

25 mar 2020

El reino imposible

En octubre del año pasado (2019 o, mejor, 1 a. C., antes del Confinamiento) Ediciones B puso a la venta la tercera novela de Yeyo Balbás, "El reino imposible". En esta ocasión, el autor de "Pax Romana" y "Pan y circo" abandona la Roma de Augusto (y la Cantabria que se le enfrentó) y aterriza (y de qué forma) a finales de la época visigoda, en los primeros años de la que, nunca me cansaré de repetirlo, me parece la centuria más fascinante de la Edad Media hispana (o del final de la Tardoantigüedad, si se prefiere): el siglo VIII.

Como ocurriera en su primer libro, Cantabria vuelve a estar muy presente en la obra (significativamente, al principio y al final), ya que su protagonista es Fruela, hijo de Pedro, el Dux visigodo (que no duque, tal y como lo entendemos hoy en día) de esa provincia (probablemente mucho mayor que la Cantabria de época romana y, por supuestísimo, que la actual comunidad autónoma) y hermano del que será tercer rey de Asturia(s) (o de Cangas, según gustos), Alfonso.


Como ya existen unas cuantas reseñas por ahí, no voy a entretenerme demasiado con la trama (y así no hago spoilers), más allá de contar que en sus páginas asistimos (en primera fila e incluso, en ocasiones, entre bastidores) a la descomposición del reino de Toledo por causa de las luchas dinásticas y a su completa destrucción a manos de los invasores árabo-bereberes. Hasta ahí, nada que se salga de lo esperable en una novela histórica ambientada en esos años. Sin embargo, hay un par de cosas ("valores añadidos" de esos que les gustan tanto a los titulados en empresas y económicas que dirigen el mundo en estos tiempos que nos ha tocado vivir) que, en mi opinión, le dan a esta obra un importante plus. En primer lugar, su credibilidad: está tan sumamente bien ambientada y documentada que cualquiera que conozca un poco el siglo VIII peninsular no encontrará motivos para quejarse en ese aspecto (y tener que hacerlo es algo que, al menos a mí, me quema mucho como lector). Y en segundo, su personaje principal, una especie de primo cabroncete de Uhtred de Bebbamburg, capaz de ser un auténtico hijo de puta cuando la ocasión lo requiere (como, por otra parte, haría cualquier noble de la época, para qué engañarnos) pero con el que se empatiza rápido (o al menos yo lo hice las dos veces que leí la novela, la primera por "obligación" y la segunda ya por devoción pura y dura). Y por cuyas manos (y nunca mejor dicho) pasará el destino de Hispania. Intrigas, batallas, muchos personajes de todo pelaje y condición y mucha mucha información (militar, política, cultural, religiosa, material...) sobre la época intercalada en el texto completan un conjunto que me parece muy recomendable y que, por eso mismo, recomiendo, valga la redundancia. Y para haceros una idea y comprobar que no miento podéis leer un fragmento aquí.

Y que conste que no lo hago porque su autor me haya regalado una dedicatoria tan "espectachular" como ésta que podéis ver aquí abajo, con guiño (que también lo hay en el relato) a los muertos de las cuevas. Nada de eso, aunque mola todo.


Lamentablemente, estos aciagos momentos que nos han tocado vivir hacen que sea imposible conseguir un ejemplar físico, así que si lo queréis tendréis que pedirlo (lo venden en todas las librerías con página en la red). Yo no soy muy amigo de hacer trabajar a los repartidores en estas circunstancias más allá de lo estrictamente necesario, así que os recomendaría que lo pillarais en formato digital (que no es lo mismo, lo sé, pero así están pinados los bolos ahora mismo) o esperaseis a comprarlo cuando todo esto pase y se pueda volver a las librerías. Pero eso ya es cosa de cada cual.

5 ene 2020

El oro de La Hermida

Como es época de regalos, qué mejor manera de celebrarlo que con uno. Y si es de los que tienen ese brillo dorado que tanto nos fascina a los humanos desde que alguno de nuestros más remotos antepasados vio una pepita de oro semienterrada en la arena de un río, mejor. La pena es que, en este caso, ese brillo se apagó hace ya muchos años y no parece que vaya a volver a iluminarnos. Aunque, quién sabe. También es época de milagros... En fin, vayamos al lío.


El tesorillo -o tesoro o como queramos llamarlo- de La Hermida es uno de los clásicos de la arqueología tardoantigua/altomedieval en Cantabria. Se trató del hallazgo casual, por parte de unos obreros que trabajaban en la carretera que va de La Hermida a Potes, de un conjunto de monedas de oro y dos broches de cinturón de época visigoda. Las primeras (alrededor de quince) eran tremises visigodos del siglo VI, acuñados a nombre del emperador bizantino Justino II (a cuyas monedas oficiales imitaban) y del rey godo Leovigildo (el reconquistador de Cantabria para Toledo, como todo el mundo que lea este blog debería conocer a estas alturas). De los segundos nada se sabe, más allá de que eran de bronce. Y no se sabe porque tanto los unos como las otras llevan ya, para nuestra desgracia, muchas décadas desaparecidos. Aun así y dentro de lo malo, los numismáticos tuvieron más suerte que los interesados por la toréutica hispanovisigoda, ya que mientras todo el mundo pasó olímpicamente de las "hebillas", algunas de las monedas fueron estudiadas y publicadas e incluso se conservan sendos moldes en yeso de dos de ellas, que fueron presentadas a miembros de la Real Academia de la Historia por E. Jusué, el primer investigador que las documentó.


Moldes en yeso de dos de las monedas (imagen sacada de aquí)

Además, una de las monedas, donada por el ingeniero Guillermo de Garnica, llegó a depositarse en una institución: el Museo de Santander, germen de lo que, andando el tiempo, sería el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Lamentablemente y pese a ello, siguió el mismo camino que sus compañeras, ya que está en paradero desconocido desde no se sabe cuándo. O al menos no lo sé yo, que ni en el MUPAC ni en el MAS (los "hijos" de aquella primera institución museística cántabra) la he visto ni he encontrado a nadie que pueda darme razón de ella (aunque consta que, cuando F. Mateu y Llopis escribió sus "Hallazgos monetarios III", en 1944, seguía allí, así que no puede echársele la culpa en este caso a la muy socorrida, para estos menesteres, Guerra Civil). Así que si alguien sabe algo y es tan amable...




Recreación de dos de las monedas de La Hermida con otras del mismo tipo (en Apocalipsis. El ciclo histórico de Beato de Liébana)

Hace años, cuando hice mi TFM sobre el uso de las cuevas en época visigoda en Cantabria, propuse una nueva interpretación para el hallazgo. Guiado por lo que contaba Maza Solano (la aparición, según él, habría tenido lugar en las obras de una cantera) y por algún testimonio (ahora sé que nada fiable) oído por estas orejas a principios de los dosmiles y que aseguraba que el origen del tesorillo estaba en una cueva, planteé la posibilidad de que las monedas hubieran sido halladas al destruir la cantera alguna covacha en la que habrían sido ocultadas. Como da la casualidad de que, en el sitio señalado, hay una cantera abandonada y en su frente, colgadas, se abren varias bocas de pequeñas cavidades, la cosa parecía cuadrar. Pero no. Como sucede en  algunas ocasiones, aunque estaba bien contado no era cierto. Qué le vamos a hacer.

Vista (cortesía de Google Earth) del aspecto de la cantera, con las covachas que asoman en el corte

Y es por eso que hoy toca envainársela públicamente y, de paso, traer aquí un interesante testimonio periodístico de la época poco -o más bien nada- conocido. Se trata del relato que hizo del hallazgo el diario El Cantábrico (fuente casi inagotable de recursos para tantas cosas...) del día 12 de noviembre de 1910, con todos los pelos y señales que su autor, cuya identidad desconozco, pudo reunir y que no fueron pocos. En él, que transcribo de forma literal inmediatamente debajo de su imagen, queda bastante claro cuáles fueron las circunstancias del hallazgo, cuál la suerte de las monedas y cuál la desidia de las autoridades para con ellas. Bueno, eso último sólo se intuye, porque ocurrió -o, mejor, no ocurrió- después. 




"UN HALLAZGO INTERESANTE

Hace tiempo que tuvimos noticia, confirmada ayer por testimonios que no nos dejan lugar a la menor duda, de un interesantísimo hallazgo histórico en esta provincia, hallazgo al que no se ha dado la publicidad merecida y al que no ha considerado todavía como corresponde a su gran valor científico.

Con motivo de los argayos o corrimientos de tierras ocurridos en gran número sobre las carreteras de la región lebaniega en el pasado año, y hallándose varios obreros ocupados en librar de uno de esos desprendimientos del terreno un trozo de carretera en la que va a la villa de Potes desde el balneario de la Hermida, a poca distancia de este punto, advirtió alguno de los trabajadores, con no poca sorpresa, una monedita de oro entre la tierra que había cogido en la pala para tirarla al río.

Recogida y examinada la moneda, que era muy antigua, pero clara y manifiestamente de oro, buscaron ya los obreros con más cuidado entre el montón de tierra y pedruscos que espalaban para limpiar la carretera, y su sorpresa fue en aumento al hallar nuevas monedas, casi todas idénticas a la primera, y todas de oro, y algunas otras cosas, entre las cuales llamó su atención un broche o especie de hebilla, de bronce, muy fuerte, también de extraña y antigua forma y factura. La noticia llegó a oídos de personas instruidas, que recogieron y examinaron varias de las monedas halladas, las cuales eran del tiempo de Leovigildo, con el busto de aquel rey visigodo, muy bien conservadas, pero con una acuñación defectuosa, como corresponde al estado de las artes en la lejana época a que pertenecen.

Según  nos han informado, alguna de esas monedas ha sido remitida a Madrid, a algún Centro científico, con la noticia del curioso y extraño hallazgo; pero en Madrid, a lo que parece, han dudado de la veracidad del caso y de la autenticidad de las monedas, por haber sido muchos los que se han dedicado a dar timos, comerciales y científicos, con estas cosas viejas que pueden tener valor histórico y valor material en el mercado de antigüedades. Naturalmente, desconociendo la verdad absoluta del hallazgo, han desconfiado de la verdad de lo que se les enviaba. Sin embargo, es lástima que no se haya tomado la molestia algún Centro científico de practicar una información, para la cual todavía se está muy a tiempo, y el caso nos parece que merece la pena.

No es difícil ir a la Hermida y llegar pronto al lugar del hallazgo. En los pueblos inmediatos, en cualquiera de las tabernas que frecuentan los trabajadores, se hallarán noticias exactas de lo que queda referido y se podrá adquirir todavía alguna de esas curiosas moneditas de oro, que hasta hace poco se han vendido por los trabajadores en precios varios, que oscilaron entre cuatro y siete pesetas. Nosotros conocemos varias personas que las han adquirido así.

Además, como no se ha advertido la presencia de las monedas hasta después de estar trabajando bastante tiempo en el desescombro o limpieza del argayo caído sobre la carretera, y como se arrojaron al río grandes cantidades de tierra, es de creer que en el fondo del río, por aquel punto, pueda hallarse alguna pieza más, así como también entre la tierra del corrimiento que no llegó a caer a la carretera, pues los trabajadores dicen que hallaron unas en la superficie del desprendimiento y otras muy debajo, lo que hace suponer que las monedas y los broches, con algo más que hubiera, procedía de lo alto del monte, donde se inició el desprendimiento. ¿Tanto costaría intentar un reconocimiento concienzudo y escrupuloso de aquel terreno? Siendo todo esto cierto, como es, pues puede probarse de modo indudable, ¿no es interesante averiguar si en lo alto de aquella parte de la sierra pudo enterrarse en tiempo remoto, al aproximarse los árabes, o por cualquier otro motivo de guerra, algún arcón o depósito de monedas y efectos varios, que se deshizo con la acción del tiempo, y al cual pertenecieron esas piezas de oro halladas en la carretera de la Hermida por efecto de un desprendimiento de tierras venido de la cumbre?

Doctores tiene... la Ciencia que pueden decir y hacer lo que crean conveniente, mientras los profanos nos limitamos a contar el caso y a lamentar que, aunque sea sin sujeción a mandatos de sabios de oficio, no se realice en serio una investigación cuidadosa para intentar hallar la procedencia de las monedas bajadas a la carretera entre las tierras de un argayo; ya que sería estúpido suponer que hayan sido colocadas allí con fines particulares por una mano desconocida, puesto que no son ni pueden ser objeto de negocio ni de vanidad para persona alguna, habiéndolas encontrado humildes trabajadores de aquellos pueblos."


Y hasta ahí podemos leer, que diría Mayra Gómez Kemp (en este caso, básicamente, porque no hay más). Creo que el testimonio es excepcional y viene a ofrecer algunos interesantes detalles acerca de las circunstancias del hallazgo que no estaban nada claros. En justicia, hay que señalar que cuando el periodista se lamentaba amargamente de la desatención académica hacia el hallazgo, hacía ya dos semanas que Jusué había mandado su informe al Boletín de la Real Academia de la Historia (lo de culpar a las instituciones, con razón o sin ella, de todos los males que aquejan al Patrimonio es casi un atavismo, por lo que ve). Por tanto, en ese aspecto concreto, la información de El Cantábrico no era todo lo rigurosa que debiera, aunque creo que ese detalle no le resta valor al documento.

Para terminar y volviendo al hallazgo, lo cierto es que no sabemos qué diantres pintaban esos tremises y esos broches en lo alto -o en la ladera- de esa peña. Dudo mucho que, como escribió Jusué (1910: 487) en un alarde de algo parecido a ese "sano regionalismo" tan del gusto de algunos tiempo después, fuesen "propiedad de algún magnate o jefe godo de los que, en la hoy provincia de Santander, organizaban las huestes cántabro-godas que, desde los primeros días de la reconquista hasta la toma de Granada, defendieron la independencia de la patria y pelearon por el triunfo de nuestra religión sacrosanta, y como en tiempo de los romanos antes y en la guerra contra los franceses después, asombraron al mundo con sus proezas". Lo poco que sabemos del conjunto apunta a una fecha bastante anterior a esa de comienzos del siglo VIII, de hacia la segunda mitad del siglo VI. Hasta no hace mucho, la idea generalizada y dominante era que la presencia de materiales hispanovisigodos al norte de la Cordillera era poco menos que imposible, dada la presunta sempiterna independencia de unos cántabros arriscados y montaraces -así, como de esa Edad del Hierro asalvajada tan del gusto de algunos y que, aparte de ser más falsa que un solidus de madera, no es más que la prueba de la asunción acrítica del estereotipo faltón creado por los romanos para describir a los pueblos del Norte peninsular- impermeables a todo tipo de influencias externas. Y por eso mismo se solía relacionar (ya que las acuñaciones lo ponían a huevo) con la campaña de Leovigildo contra cantabria de 574. Hoy el panorama ha cambiado bastante (mal que les siga pesando a algunos) y no resultaría complicado explicar la presencia -y el uso- de moneda hispanovisigoda en Peñarrubia  (o cualquier otra parte de Cantabria) en el siglo VI, igual que en (casi) cualquier otra parte de la Península. En cualquier caso y al margen de consideraciones políticas o de pertenencia, el oro, acuñado o no, es oro y vale lo que vale. Es decir, mucho. Y el de La Hermida, para la historia de Cantabria, aún más. Así que habrá que ponerse a buscar alguna de las monedas perdidas un mes de estos.