Hace no mucho tiempo descubrí, gracias a una serie de magníficos artículos de F. J. Fernández Nieto, que, en la Antigüedad, las muelas o piedras de molinos rotatorios manuales, una vez amortizadas, se utilizaban como elementos mágicos que proporcionaban protección (filacterias). Esas lecturas me trajeron a la mente algunos ejemplos cántabros cuya interpretación nunca me había resultado del todo convincente y que veremos a continuación, así como una reflexión acerca de la relativamente abundante presencia de este tipo de objetos en el interior de silos de almacenamiento de cereales de cronología altomedieval; hecho del que tuve constancia el año pasado en Vitoria, cuando asistí como espectador al Coloquio Internacional Horrea, graneros y silos. Almacenaje y rentas en las aldeas de la Alta Edad Media.
Antes de nada es obligado detenerse en los trabajos de Fernández Nieto que están en el origen de esta entrada y de las propuestas que se van a hacer en ella. Se trata de estos 3 artículos, cuya lectura recomendamos encarecidamente (el primero está en la red y los dos segundos han sido publicados en la imprescindible MHNH. Revista Internacional de Investigación sobre Magia y Astrología Antiguas, que conocí gracias a Rafael Bolado del Castillo):
FERNÁNDEZ NIETO, F. J. (2005): "Un catillus de Lugo y las virtudes mágicas de las soleras y volanderas in finibus", MHNH 5, 343-354
FERNÁNDEZ NIETO, F. J. (2010): "ἄλει μύλα ἄλει.Tercera contribución al estudio del valor mágico de las muelas y de la acción de moler en el mundo antiguo", MHNH 10, 75-100
De forma muy resumida, lo que demuestra este investigador en estos trabajos es el uso mágico de las piedras de molino de mano circular (molae o "muelas"), especialmente las superiores o volanderas (catilli), aunque también, pero en menor medida, las de base o soleras (metae). En sus artículos explica cómo las muelas se utilizaban para conjurar al granizo y otros meteoros dañinos y proteger las cosechas; que tenían también una función delimitadora de terrenos, como mojones también con carga mágica; y que ese carácter mágico residía en su propia naturaleza giratoria y desmenuzadora; además de cómo eran utilizados tanto para realizar encantamientos como para preparar recetas mágicas.
Dice Fernández Nieto que su uso como protector contra el granizo está recogido tanto en un texto del autor latino Paladio como en alguna inscripción de carácter mágico utilizada como filacteria en Sicilia. El primero (I, 35), concretamente, dice que contra el granizo, entre otras recetas, hay que cubrir una piedra de molino con una tela de color rojo ("Contra grandinem multa dicuntur. Panneo russeo mola cooperitur"). La "filacteria de Noto", por su parte, consiste en una inscripción en griego sobre una losa, destinada a proteger un viñedo del granizo y en la que se mencionan otras tres piedras que, enterradas, actuarían junto a ella con ese fin y delimitarían el terreno a proteger: tres catilli o piedras volanderas de molino manual. Una de las principales conclusiones de Fernández Nieto es la siguiente: "La frecuente presencia de volanderas antiguas, muchas de ellas partidas por la mitad, en las zonas rurales de los territorios provinciales romanos, dispersas aquí y allá, parece más que probable que obedeció al deseo de defender los campos de las plagas y de los peligros atmosféricos" (2005: 350). Y, en estrecha relación con ella: "(...) la frecuente aparición de muelas antiguas en las zonas rurales de los territorios mediterráneos no tiene que traducirse necesariamente en la reconstrucción de un hábitat disperso, concluyendo la existencia de pequeñas explotaciones agrícolas en forma de caseríos o aldeas (...) La aplicación mágica de las muelas constituye sin duda un fenómeno que gozó de cierta proyección a lo largo de siglos, antes y después de nuestra era, en el conjunto del mundo clásico, pero nada obsta además para suponer que pudo ser compartido por otras comunidades mediterráneas que conocieron primero la influencia de la cultura griega y pasaron luego a formar parte del orbe romano" (1994-1995: 114-115). Y aquí es donde entra el primero de nuestros dos ejemplos cántabros.
Se trata de medio catillus procedente del monte "La Sierra", en San Vicente del Monte (Valdáliga), publicado por nuestros colegas Ramón Bohigas y Lino Mantecón en Nivel Cero hace ya unos cuantos años. La pieza fue localizada como parte integrante de un pequeño muro de división de fincas, sin contexto arqueológico conocido y en una zona en la que no se observa la existencia de ningún asentamiento antiguo. Este último hecho, unido a que se trata de sólo media volandera, permite, a la vista de lo expuesto anteriormente, proponer una explicación "mágica" para el hallazgo: se trataría, no de un indicador de la existencia en las cercanías de una casa (de entre la II Edad del Hierro y la Alta Edad Media, que es cuando estuvieron en uso esos molinos manuales circulares), sino de una filacteria, del vestigio material de una práctica mágica destinada a proteger (y/o delimitar) un campo de cultivo frente a las acción de los elementos.
Dice Fernández Nieto que su uso como protector contra el granizo está recogido tanto en un texto del autor latino Paladio como en alguna inscripción de carácter mágico utilizada como filacteria en Sicilia. El primero (I, 35), concretamente, dice que contra el granizo, entre otras recetas, hay que cubrir una piedra de molino con una tela de color rojo ("Contra grandinem multa dicuntur. Panneo russeo mola cooperitur"). La "filacteria de Noto", por su parte, consiste en una inscripción en griego sobre una losa, destinada a proteger un viñedo del granizo y en la que se mencionan otras tres piedras que, enterradas, actuarían junto a ella con ese fin y delimitarían el terreno a proteger: tres catilli o piedras volanderas de molino manual. Una de las principales conclusiones de Fernández Nieto es la siguiente: "La frecuente presencia de volanderas antiguas, muchas de ellas partidas por la mitad, en las zonas rurales de los territorios provinciales romanos, dispersas aquí y allá, parece más que probable que obedeció al deseo de defender los campos de las plagas y de los peligros atmosféricos" (2005: 350). Y, en estrecha relación con ella: "(...) la frecuente aparición de muelas antiguas en las zonas rurales de los territorios mediterráneos no tiene que traducirse necesariamente en la reconstrucción de un hábitat disperso, concluyendo la existencia de pequeñas explotaciones agrícolas en forma de caseríos o aldeas (...) La aplicación mágica de las muelas constituye sin duda un fenómeno que gozó de cierta proyección a lo largo de siglos, antes y después de nuestra era, en el conjunto del mundo clásico, pero nada obsta además para suponer que pudo ser compartido por otras comunidades mediterráneas que conocieron primero la influencia de la cultura griega y pasaron luego a formar parte del orbe romano" (1994-1995: 114-115). Y aquí es donde entra el primero de nuestros dos ejemplos cántabros.
Se trata de medio catillus procedente del monte "La Sierra", en San Vicente del Monte (Valdáliga), publicado por nuestros colegas Ramón Bohigas y Lino Mantecón en Nivel Cero hace ya unos cuantos años. La pieza fue localizada como parte integrante de un pequeño muro de división de fincas, sin contexto arqueológico conocido y en una zona en la que no se observa la existencia de ningún asentamiento antiguo. Este último hecho, unido a que se trata de sólo media volandera, permite, a la vista de lo expuesto anteriormente, proponer una explicación "mágica" para el hallazgo: se trataría, no de un indicador de la existencia en las cercanías de una casa (de entre la II Edad del Hierro y la Alta Edad Media, que es cuando estuvieron en uso esos molinos manuales circulares), sino de una filacteria, del vestigio material de una práctica mágica destinada a proteger (y/o delimitar) un campo de cultivo frente a las acción de los elementos.
Catillus de La Sierra, en San Vicente del Monte (según Bohigas y Mantecón, 1999)
El otro ejemplo cántabro es completamente distinto. Se trata de los fragmentos (tanto soleras como volanderas) de molinos circulares de mano recuperados en la cueva de Las Penas (Mortera, Piélagos). Acerca de ese importantísimo yacimiento no vamos a decir aquí gran cosa (si hay algún lector despistado que no lo conozca, puede repasar este mismo blog y encontrará alguna información y enlaces a las publicaciones de referencia). Únicamente y en lo que respecta a las muelas, que los fragmentos de éstas aparecieron en dos zonas: en la inmediata a la entrada de la gruta y en la siguiente (dos fragmentos en la Zona Inicial y diez en la Zona 1), antes de llegar a la parte de la cueva en la que se depositaron los cadáveres y el resto de materiales arqueológicos. Los únicos objetos que acompañaban a estas piedras de molino eran una hebilla de cinturón (quizá caída al transportar los muertos hacia el interior), un tubito de plomo y dos herraduras de hierro que no formaban pareja.
Restos de molinos circulares de mano de la cueva de Las Penas (Fotografía: Serna y Valle)
Fragmento de catillus de la cueva de Las Penas (Fotografía: Serna y Valle)
Fragmento de meta de la cueva de Las Penas (Fotografía: Serna y Valle)
La primera (y obvia) interpretación de la presencia de estas muelas en Las Penas fue la que las consideró como caídas, rodando ladera abajo hasta introducirse en la cueva (cuya boca se sitúa en el fondo de una uvala muy marcada), desde algún asentamiento cercano. Aunque pueda sonar extraño, esa posibilidad es físicamente posible, como pudieron comprobar quienes trabajaban en su momento en la colocación de la verja de cierre de la cueva cuando un "rollo" de hierba lo demostró de forma inapelable. Sin descartar completamente esa opción, que estaría supeditada a la existencia de esa aldea o poblado ladera arriba, también podríamos pensar (yo lo hice hace un tiempo, aunque creo que no lo llegué a poner por escrito) que los molinos terminaron en la cueva debido a su condición de objetos de uso cotidiano relacionados con los muertos enterrados en ella y, por lo tanto, contaminados por la enfermedad que los mató (si es que mi hipótesis de trabajo es correcta y lo hizo alguna, claro está). Ahora, tras tener conocimiento de las características mágicas de las muelas y de su uso como filacterias, creo que se puede plantear una tercera interpretación: que los fragmentos de metae y catilli fuesen introducidos en la cueva para hacer de barrera (mágica, obviamente), para impedir que el mal (en forma de "revenant", de epidemia o de "revenant" que propaga epidemias) la abandonase y saliese al exterior a hacer daño a los vivos. Aun reconociendo que se trata de un uso concreto de las muelas para el que no conocemos paralelos, hay algunos elementos en los que puede apoyarse. En primer lugar, el hecho de que se hayan detectado en la cueva evidencias arqueológicas que podrían corresponderse con prácticas necrofóbicas (y hasta aquí puedo leer, que irán en algún "The (Medieval) Walking Dead" próximo). Y en segundo, que las piedras de molino apareciesen junto a las herraduras, unos objetos que no son infrecuentes en este tipo de yacimientos (hay otra en el Portillo del Arenal) y para los que también podría proponerse un carácter como amuleto protector, ya que no parecen tener ninguna otra utilidad y su función talismánica ha llegado hasta nuestros días (se supone que atraen la buena suerte y demás). Aquí queda dicha y planteada esta nueva hipótesis sobre la presencia de esas muelas en la cueva, a la espera de nuevos argumentos en contra o a favor.
Finalmente, me referiré de forma breve al asunto de la presencia de catilli en el interior de silos de cronología tardoantigua/altomedieval. En algunas de las intervenciones en el ya mencionado coloquio de Vitoria del año pasado se comentó ese asunto (y se acompañó de imágenes que lo certificaban). No recuerdo los yacimientos concretos (ni he encontrado referencias por ahí, aunque tampoco lo he buscado demasiado) pero sí que la explicación que se daba era la de su función como tapaderas de los propios silos. En aquel momento (aparte de darle alguna que otra vuelta al diámetro de las bocas de los silos y a la idoneidad o no de usar piedras de molino para taparlas) me vino a la mente lo que había leído recientemente acerca de su carácter protector y pensé que quizá esa fuera su función dentro de los hoyos en los que se almacenaba el grano: protegerlo (de insectos, hongos, roedores, etc.) y garantizar así la supervivencia de los miembros de la aldea. Lamentablemente no pude quedarme hasta el final y me perdí el turno de preguntas y, con él, la oportunidad de haber planteado esa posibilidad, así que aprovecho esta entrada para ponerlo por escrito. Quizá alguien la encuentre interesante.
Acabo de borrar sin querer tu comentario, Javier (maldito móvil), sin ni siquiera haberlo leído. ¿Podrías escribirlo otra vez? Por lo poco que me ha dado tiempo a ver lo que contabas en él me parece muy interesante. Mil perdones por mi torpeza
ResponderEliminarY, gracias a Enrique, hemos podido recuperar el mensaje de ayer de Javier. Era como sigue:
Eliminar"He leído esta entrada, ya un tanto vieja, pero me ha resultado de sumo interés. Pues hace ya algunos años, creo que 10, se llevó a acabo la restauración de la iglesia de Santa Leocadia, en Helguera de Iguña, cuyas trazas arquitectónicas y artísticas entroncan con el arte mózarabe pre-románico. Esta intervención no llevó seguimiento y control arqueológico. El caso es que tuve la ocasión de acercarme a la ejecución de la obra ya que al parecer ("por sorpresa") habían aparecido enterramientos de lajas junto al testero del testero del templo. En aquella visita se apreciaba, por otra parte, la cimentación del edificio. Pude observar que en la cabecera se asentaba sobre dos piedras de molino de gran tamaño. Yo en aquel entonces no le dí mayor importancia, pues tal vez se trataba del re aprovechamiento de unas piedras labradas procedentes de un molino fluvial (recordar que muy próximo se localiza la ferrería de Helguera). Desconocía este sentido apotropaico. Yo no tengo fotos de ello pero si estáis interesados puedo conseguirlo por medio del arquitecto director de la obra.
Por otra parte, enhorabuena por la charla y trabajos de investigación expuestos el otro día en la sede de ADIC"
Lo que cuentas es muy interesante, Javier (perdona haber tardado tanto en responderte, pero es que se me ha muerto el ordenador y estoy tirando de medios precarios hasta dar asco). Habría que tratar de ver si ese carácter mágico-protector que parecen haber tenido los molinos rotatorios manuales en la Antigüedad e inicios de la Edad Media pudo pasar a las grandes ruedas de moler de las aceñas. Cuando tenga un rato volveré a leer a Fernández Nieto, a ver si comenta algo al respecto.
EliminarEn cuanto a lo de las fotos, pues sí que nos gustaría mucho poder echarlas un ojo (y, si no es mucho pedir, también a alguna de las tumbas).
Fragmentos de molinos junto a las tumbas de una gran necrópolis de época visigoda en Vicálvaro (Madrid):
ResponderEliminarhttp://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/06/18/madrid/1371582093_484561.html