El escritor romano Plinio el Joven (siglo I d. de C.) nos ofrece la descripción de un fantasma que molestaba a un filósofo griego en una carta enviada a su amigo Lucas Sura: un anciano consumido por la flacura y la podredumbre, de larga barba y cabello erizado, con grilletes en los pies y cadenas en las manos, que agitaba y sacudía. En este caso no es la "mala muerte" la que no deja descansar en paz al muerto, es la "mala sepultura". Una vez que recibe un enterramiento en un lugar apropiado, el difunto deja de molestar a los vivos.
La representación gráfica más antigua que se conoce de un fantasma en el mundo occidental es de finales del siglo XIII. Y curiosamente es de origen hispano. Aparece en las miniaturas* que ilustran las Cantigas de Santa María, compuestas por el rey castellano Alfonso X. La Cantiga LXXII cuenta la historia de un tahur que, enfadado por perder en su partida de dados, maldice a Dios y se burla de la Virgen. Por su ofensa a la Virgen, Dios le condena a muerte y un demonio le abre en canal y le parte el corazón en dos. El muerto se aparece a su padre y le cuenta lo sucedido. El padre encuentra al hijo muerto, tal y como se lo había descrito el "aparecido". En la última escena de las miniaturas el tahur es portado en unas andas, envuelto en un sudario, camino del cementerio.
La imagen del fantasma no difiere en exceso de la que nos muestra la tradición romántica a partir del siglo XIX: el difunto aparece envuelto en una sábana, que es el propio sudario que lo vestirá en la tumba. Aunque el sudario deja ver el rostro del difunto, el padre no es capaz de reconocer a su hijo, quizá porque su rostro se ha desfigurado ya con la muerte. No es un aparecido "molesto", no causa mal a los vivos, sino que avisa de los peligros de ofender a la madre de Dios, que suponen morir en pecado mortal y aplazar, aunque sea por un tiempo breve, el descanso eterno.
No sabemos con certeza cómo se imaginaban o cómo eran los "revenants" en la imaginario de los habitantes de Cantabria en época tardoantigua y altomedieval, pero estas descripciones y representaciones de momentos anteriores y posteriores nos pueden dar una idea aproximada. Tiene cierta lógica pensar que el "caminante" se levanta de la tumba tal y como fue colocado en ella, ya sea envuelto en un sudario o con la ropa si fue enterrado vestido. Y que lo hace conservando la carne, condición indispensable según la literatura medieval para el regreso de la muerte.
Si quieres disfrutar de la Cantiga LXXII en la versión de Eduardo Paniagua, aquí tienes el video. A partir del minuto 3:00 se ve al "aparecido".
*Las miniaturas están recogidas en el Códice T.I.1 de la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Muy chula, no la conocía!
ResponderEliminarLa duda que me genera el ejemplo pliniano es acerca de los grilletes y cadenas: ¿el muerto sería un preso? O, mejor, ¿era un cadáver "inmovilizado" postmortem en previsión de que hiciera, precisamente, lo que hizo tiempo después de fallecer?
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