21 abr 2020

Thesis conclusa, doctoratus interruptus (o algo así)

A veces, cuando a lo largo de estos muchos años de vida como doctorando alguien me preguntaba por la tesis, yo respondía que antes se acabaría el mundo que yo la terminase. Y todo eran risas (porque han sido muchos años, creedme). Más recientemente, cuando comenzaban a llegar noticias de China sobre un coronavirus muy malo (que entonces sonaba a algo así como el primo mazao y macarra del SARS aquél de la "Neumonía Atípica" de hace unos años) y quienes sabían que estaba en capilla, académicamente hablando, me volvían a preguntar por lo mismo, respondía que, con lo cenizo que soy, fijo que lo cogía y no podía doctorarme. Y más risas aún. Pues bien, ni el mundo se ha acabado aún ni yo he pillado el bicho todavía (aunque entre enero y febrero de este año me dejé la salud y unos cuantos kilos en el empeño por terminar), pero lo cierto es que, hasta la fecha, no he podido optar a doctorarme. Terminé la tesis (contrarreloj y con los plazos a punto de vencer, pero en tiempo y forma; tras agotar todas las prórrogas posibles y alguna más, eso sí), deposité, pagué las tasas, pasé el corte, conseguí un tribunal y me dieron fecha para la defensa (el 23 de marzo pasado). Pero llegó la pandemia y con ella el estado de alarma y el confinamiento. Y con ellos tres la suspensión de actividades universitarias y la congelación de los plazos. Y así se quedó uno, que dicen en mi pueblo, aunque he de reconocer que me han ofrecido hace un par de semanas la posibilidad, que he rechazado de momento, de hacer la lectura por vía telemática (y en zapatillas, añado) desde mi casa.


La criatura (con fotón de Pedro Saura de portada)

Así que aquí estoy, con una tesis que existe físicamente, pero que a efectos académicos sigue en el coronalimbo, y sin el ansiado título con el que lustrar mi firma y mi buzón (porque cuando se es doctor se pone en el buzón, ¿verdad?). Y sin el más que deseado talonario de recetas (¡que tiemblen las farmacias!) ni poder apretarme ese Ballantine´s 21 años que tengo por ahí reservado para la ocasión desde la noche de los tiempos. Por lo demás, el trabajo va de lo de siempre: cuevas, visigodos, más cuevas, más visigodos muertos, aún más cuevas, aún más visigodos muertos con sus locos cacharros metidos en cuevas y cosas así. También hay alguna referencia de triste y rabiosa actualidad, en lo que no deja de ser una peculiar ironía del destino. Y hasta aquí puedo leer.


Una de las fotos de uno de esos fiambres

En cualquier caso y viendo la que está cayendo, tampoco me puedo quejar. Algún día solventaremos esta anomalía académica y, si todo va bien, cumpliré ese objetivo y cerraré (por fin) esta etapa interminable. Y si, por lo que sea, me quedo por el camino, no tendré descanso y mi cuerpo se levantará cual revenant inquieto y volverá para reclamar lo que considera que debería ser suyo. Y eso, bien mirado, también tiene su punto molón. ¿O no?


"Mi doctoradoooooo"


2 abr 2020

"Bellum Cantabricum"

Y, para que no decaiga la cosa, seguimos con otra novela. En este caso se trata de la segunda obra de José Manuel Aparicio, finalista (en mi opinión, desconfiada por naturaleza, más bien ganadora, como mínimo, ex aequo, aunque se hayan sacado de la manga esa categoría y hayan otorgado dos premios, de aquella manera) del Premio Edhasa Narrativas Históricas en su edición de este año 2020. Vamos, que está recién salida del horno y viene con un buen aval.


A diferencia de "El reino imposible", ésta, que lleva por título un más que sugerente "Bellum Cantabricum" y trata, obviamente, sobre (una fase de) las Guerras Cántabras, no la he leído aún; así que no puedo daros una opinión personal. Ni tan siquiera hacer un spoiler, más allá de adelantaros que, al final, los romanos ganan y conquistan Cantabria. Pero, pese a ello, la recomiendo, ya que, de nuevo, salgo en los agradecimientos y eso, queráis o no, es un magnífico indicador de la calidad del producto. O,  al menos, del buen gusto del autor a la hora de elegir a quién preguntar sobre algunos aspectos relacionados con la campaña romana de 26-25 a. C. por estas tierras. Bromas aparte, ciertamente tengo muchas ganas de echarle mano y lo haré en cuanto sea posible y nuestro amigo el SARS-CoV-2 nos deje volver, siquiera un poco, a la normalidad. Desconozco si se puede pedir, en formato físico, para que se lo traigan a uno a casa (ya sabéis que no soy muy partidario, hoy por hoy, de hacerlo y, en este caso, además, quiero un ejemplar dedicado por el autor, así que esperaré), aunque lo que sí es seguro es que la edición digital está disponible en cualquiera de los sitios de Internet habituales para este tipo de cosas y en la página de la propia editorial que he enlazado más arriba.

Y ya que estamos con la Guerra Cantábrica de Augusto y sus secuelas, aunque sea de forma novelesca, aprovecho para adelantar que, como no podía ser de otra manera, los siempre intrépidos y aguerridos chicos (o ya no tan chicos) de AGGER seguimos en la brecha y estamos preparando unos cuantos artículos y capítulos para dar a conocer lo que hemos encontrado y estudiado, relacionado con este tema, en los últimos años (que, somos conscientes, acumulamos ya cierto retraso en la presentación de resultados). Se avecinan interesantes (re)publicaciones al respecto, si el tiempo y esa venganza del simpático pangolín de la China popular con forma de coronavirus que nos acogota lo permiten. Así que, para cerrar, os dejo con una imagen LiDAR (si se me perdona la expresión) de un interesante, muy bien situado y aún inédito (aunque por poco tiempo) campamento romano en el que hemos intervenido en el marco de nuestra participación el Proyecto Guerras Cántabras, dirigido por Eduardo Peralta.


En breve, esperemos, más.