31 jul 2013

La paradigmática

Durante las últimas semanas le he dedicado muchas horas a la redacción de mi tesis doctoral y muy poca atención al blog. Estoy obligado a administrar bien el tiempo y a avanzar cuanto pueda en ese tema, porque este año las vacaciones van a ser largas y van a requerir un breve paréntesis en mi actividad investigadora. Muchos ya sabéis por qué, y los demás no tardaréis en enteraros, incluso en una entrada previa hay alguna pista... En cualquier caso, trataré de buscar algún rato para alimentar a esta "bestia" siempre ávida de novedades, aunque sea compartiendo detalles de mis experiencias viajeras.

Para compensaros por el abandono, me veo obligado a compartir con vosotros, fieles seguidores, algunas de las cosas con las que me voy encontrando en mi inmersión en el mundo de los cementerios medievales de Cantabria. Constantemente me debato entre el celo más riguroso y la necesidad de contar algunos de mis avances, pero es habitual que el síndrome de "Mi Tesoro" ese que hace que reservemos los datos inéditos y las hipótesis e ideas más jugosas para las publicaciones científicas, pensando que si lo contamos aquí nos lo pueden "levantar" gana la partida con frecuencia. Después de darle alguna vuelta, he considerado razonable la posibilidad de enseñar alguna cosa, aunque sean simples pinceladas, y hoy me inicio en esa tarea.

En el año 2002, con lo que contaban los informes de la excavación, y después de echarle un vistazo a algunos de los materiales del MUPAC y de conseguir las dataciones radiocarbónicas de Santa María de Hito, nos atrevimos a proponer que sus sepulturas más antiguas eran de época visigoda. Lo contamos en el II Encuentro de Historia de Cantabria, aunque nadie nos hizo mucho caso, en un póster que ya hemos colgado tiempo atrás en este blog. Pues bien, una de las cosas que figuraba en ese póster era una reconstrucción ideal de una inhumación de épocas visigoda, tal y como suponíamos que podría ser, a partir de las descripciones y objetos que conocíamos, pero sin haber visto nunca ni una foto, ni un plano, ni nada parecido.

Reconstrucción ideal de la disposición de los ajuares en el interior de la tumba
Sabíamos que era imposible encontrarnos con nada tan completo: en ataúd, con anillo, con broche de cinturón, con botas claveteadas, con cuernas, dientes, sílex... Pero cual sería mi sorpresa cuando, revisando las fotografías cedidas por R. Gimeno García-Lomas, me encontré con algo tan similar que me pareció estar viendo el "retrato-robot" del póster. Por eso, el enterramiento 7 del cuadro X4 se convirtió, desde aquel momento, en "el paradigmático" o, más probablemente, "la paradigmática", porque no se ha determinado el sexo, pero hay indicios de que sea una mujer.

Sepultura de época visigoda de Santa María de Hito (Foto: R. Gimeno)
La verdad es que únicamente reunía tres de las seis características que figuraban en el póster, pero teniendo en cuenta que, de cerca de 500 sepulturas, sólo una tenía broche de cinturón y otra suelas con tachuelas, el hallazgo es bastante significativo. Pienso yo, vamos.

Efectivamente, a la altura de la cabeza había una cuerna de corzo, y en el dedo anular de su mano izquierda un anillo de bronce (bueno, vale, de una aleación de cobre...) que lleva un esmalte de color verde en toda su cara exterior. Es un simple aro, pero algo es algo...

Ubicación de la cuerna (izq.) y del anillo (dcha.)
¿Y el tercer elemento? El ataúd de madera. Ya, ya sé que eso no se ve a simple vista (porque ya no está) y hay que poner un poco de imaginación. Sabemos que esta difunta estaba metida dentro de uno porque a su alrededor han aparecido cinco clavos de hierro. No podemos ubicar en la foto su situación exacta, pero estaban ahí. Además, hay otros indicios, en la forma en la que se ha quedado colocado el esqueleto después del proceso de descomposición, que nos indican la existencia de un cajón de madera. Sobre todo, la postura ligeramente forzada del brazo derecho y la manera en la que se han dispersado los huesos de las manos.

Posible contorno del ataúd e indicadores de su presencia en el esqueleto
La reconstrucción de la forma del ataúd es hipotética y no es la única opción posible. Podría haber sido rectangular, paralelo al brazo derecho, pero eso dejaría fuera la cuerna de corzo. ¿Se parece o no al "retrato-robot" de 2002?





25 jul 2013

Testimonios de época visigoda en Cantabria (4)

La última placa de cinturón liriforme (un fragmento, en realidad) que ha venido a sumarse a la ya extensa colección de objetos de ese tipo presentes en el registro arqueológico cántabro es la de Santa Marina (Valdeolea). Fue hallada por R. Bolado del Castillo en 2009, durante los trabajos de prospección y sondeos dirigidos por P. A. Fernández Vega en ese magnífico yacimiento del sur de Cantabria, y publicada en la revista Kobie en el año 2010, en un artículo firmado por esos dos autores y quien escribe estas líneas. Se trata de un hallazgo fuera de contexto, aunque en un lugar que presenta una larga e intensa secuencia de ocupación: Edad del Hierro, época romana, Edad Media y Guerra Civil Española. Además, en su entorno inmediato se localiza un importante yacimiento de época tardoantigua-altomedieval: la necrópolis de El Conventón (Rebolledo), en uso ininterrumpido al menos entre los siglos VI y XI d. de C. y que, sin duda, es el "reflejo" funerario de una aldea situada no muy lejos de ella y que aún no ha sido localizada.
 
Imagen: Fernández Vega, Bolado y Hierro, 2010

Se trata del extremo proximal de una placa de cinturón de bronce de época visigoda (algo menos de la mitad de la pieza completa), realizada a molde y terminada de decorar con buril y troquel, que conserva en el reverso dos de los apéndices de sujeción al cinturón (para una descripción más completa, remito al artículo ya citado y enlazado más arriba). Con toda seguridad la placa se rompió cuando aún estaba en uso, ya que fue toscamente reparada, mediante cuatro roblones de hierro que la atraviesan, para seguir siendo utilizada como guarnición de cinturón. Este hecho nos permitió proponer una cronología del siglo VIII d. de C. avanzado para su último uso, unas fechas en las que sería ya difícil acceder a nuevos broches de este tipo (que se fechan entre la segunda mitad del siglo VII y todo el VIII d. de C.), por lo que su portador habría tenido que recurrir a un apaño tan cutre para seguir usándolo.

En cuanto a sus paralelos, en el artículo señalamos tres muy claros y que permiten hablar de un "subtipo" muy bien definido dentro del conjunto de las placas liriformes. Proceden de San Julián de Moraime (Muxía, A Coruña) (nº 2 en la imagen inferior), Tudején-Sanchoabarca (Fitero, Navarra) (nº 3) y Calatayud (Zaragoza) (nº 4). Finalmente, la localización en el tercio norte de la Península de todos ellos, así como su ausencia en los extensos repertorios de guarniciones de cinturón de época visigoda procedentes de la Bética, hicieron que hipotetizásemos acerca de la posible existencia de un taller de origen localizado en el centro o norte peninsular (propuesta condicionada, obviamente, por la escasez de muestras y pendiente de verificación a la luz de nuevos hallazgos).

Imagen: Fernández Vega, Bolado y Hierro, 2010

Todo eso por lo que respecta al artículo. Sin embargo, el tema no está cerrado, ya que desde entonces hasta hoy he tenido noticias de algunos otros ejemplares de placas muy similares a las que acabamos de ver y aprovecharé esta entrada para aumentar el catálogo.

En primer lugar hay que mencionar una pieza procedente de las excavaciones en la antigua Ruscino (Perpignan, Rosellón), en el sureste de Francia, un yacimiento con importantes niveles de época romana y visigoda.


Placa de Ruscino (Imagen tomada de Artefacts.mom.fr)

A la que habría que sumar otras dos de procedencia peninsular y que aparecen recogidas en la Tesis Doctoral de G. Ripoll. Una habría sido hallada en Navarra, en el "Castillo de Inirlegui" (sic), mientras que la otra vendría de un lugar indeterminado de la provincia de Granada. En cuanto al origen de la primera, no he sido capaz de encontrar en Navarra ningún lugar llamado "Inirlegui" o "Inirlegi", por lo que sospecho que nos encontramos ante un error en la escritura del topónimo, achacable a H. Zeiss, que es quien recoge el dato y de quien lo toma G. Ripoll. Y se me ocurre que, quizá, el lugar que se esconde bajo ese nombre es el del Castillo de Irulegi (Aranguren), un importante yacimiento arqueológico con al menos una importante fase de ocupación en la Edad del Hierro y otra en época pleno y bajomedieval y en el que se han realizado excavaciones recientes (cuyos responsables, por cierto, no descartan que hubiese estado ocupado también en la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media. Puede encontrarse un avance de sus trabajos en la página 203 de este interesante libro).

Placas de Navarra (¿Castillo de Irulegi?) y Granada, sgún Ripoll, 1985

El mapa con las localizaciones de todas estas piezas nos ofrece una imagen que cuadra bastante bien con la que ya habíamos propuesto en el artículo: una distribución mayoritariamente septentrional para este tipo de placas, con cinco ejemplares en el tercio norte peninsular y otro en el sureste de Francia, y sólo uno en Andalucía oriental.

Mapa de distribución de las placas liriformes del mismo subtipo que las de Santa Marina, incluyendo esta última: 1 Santa Marina, 2 San Julián de Moraime, 3 Tudején-Sanchoabarca, 4 Calatayud, 5 Ruscino, 6 ¿Castillo de Irulegi? y 7 Provincia de Granada

Finalmente, hay que señalar la existencia de otro fragmento de una placa similar en la colección de materiales hispanovisigodos del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, estudiado (junto a otros objetos de la misma procedencia) por G. Ripoll en un artículo que puede leerse aquí. En él, esta autora relaciona la pieza con la del "Castillo de Inirlegui" y propone para ambas una cronología del siglo VII avanzado e incluso ya del VIII d. de C.
 
Placa del MET. Imagen tomada de RIPOLL LÓPEZ, G. (2000)

En conclusión, podemos decir que la placa de cinturón liriforme de Santa Marina es una pieza de adorno personal con abundantes paralelos en otras zonas de la península Ibérica, dentro siempre del mundo cultural hispanovisigodo. Sus paralelos son tan exactos y su morfología tan particular que puede afirmarse que este tipo de placas constituyen un subgrupo con características propias dentro del de las liriformes (¿podríamos, echándole cierto morro al asunto y barriendo para casa, llamarle "Tipo Santa Marina"? ¿O sería más correcto hablar de un "Tipo Moraime"?). Y en relación con esas particularidades podrían mencionarse también tanto su cronología avanzada, probablemente ya del siglo VIII d. de C., como su localización septentrional, hecho éste que podría indicar una procedencia de uno o varios talleres situados en el centro-norte peninsular. Y digo varios porque algunas piezas son claramente copias tardías, mucho más simples y esquematizadas, de otras de más calidad y con decoraciones mucho más cuidadas. Las de Ruscino o Tudején-Sanchoabarca serían buenos ejemplos de las primeras, mientras que la de San Julián de Moraime parece el ejemplar mejor acabado de toda la serie.

Y para terminar, una curiosidad: varias de las placas aparecen rotas hacia la mitad de su longitud original y sabemos por la de Santa Marina que al menos algunas de esas roturas no son producto del paso de los siglos y de ignotos procesos postdeposicionales, sino que tuvieron lugar "en vida" de los broches. ¿Estaremos pues ante un raro ejemplo altomedieval de un "fallo de diseño"? Yo diría que sí.

19 jul 2013

Instrumentos textiles tardoantiguos y altomedievales: fusayolas de hueso

Dentro de la serie dedicada a los instrumentos relacionados con la actividad textil de época tardoantigua y altomedieval, en la que ya hemos revisado otros objetos como los ganchos de huso, la fusayola decorada de la cueva de Las Penas o las "ruecas de dedo", hoy le toca en turno a las fusayolas de hueso

Todos los ejemplares conocidos en Cantabria proceden de la cueva de Las Penas, de un contexto sepulcral. Aunque en un primer momento fueron interpretadas como "grandes botones de hueso", diversos paralelos de la península Ibérica, Francia y las islas Británicas, con cronologías que van desde la Edad del Hierro hasta la Edad Media, permitieron su correcta interpretación. De hecho, la cantidad y la ubicación de las fusayolas aparecidas en la cueva de Las Penas invita a pensar que pudieron formar parte de los mismos husos en los que se utilizaban los ganchos de hierro.



Fusayolas de hueso y otros instrumentos textiles anglosajones de Exeter (Inglaterra) (Foto: RAM Museum)
Una de las fusayolas apareció en la "Galería de los Cráneos" (Zona 5), donde se hallaron los restos de al menos tres individuos, en su mayor parte fragmentos de cráneo quemado. También se encontraron en esta zona cuatro ganchos de huso, dos pendientes, dos anillos, restos de un acetre o caldero, una hebilla de bronce y la fusayola decorada que hemos presentado en otra entrada de este blog, entre otras cosasLas otras dos son de la Zona 7, donde acompañaban a los restos de al menos seis individuos, y a tres ganchos de huso y un hacha, entre otros hallazgos.


Fusayola de hueso de la Zona 7 de la cueva de Las Penas en contexto (Foto: A. Valle/A. Serna)
Las tres fusayolas son de forma semiesférica y están fabricadas a partir de la cabeza del fémur de una vaca (o buey). La cabeza de fémur se separaba mediante un corte o serrado del resto del hueso, quedando a la vista el tejido esponjoso en la base, y después se realizaba una perforación en el centro que permitía introducir el vástago del huso.


Fusayolas de hueso de la cueva de Las Penas (Dibujo: Alís Serna)
Proceso de fabricación de la fusayola a partir de un fémur de bóvido
Base de una de las fusayolas, con el tejido esponjoso del hueso a la vista (Foto: A. Valle/A. Serna)
La fusayola de hueso, a diferencia de las de piedra o cerámica, aporta poco peso a la base del huso, por lo que es probable que funcionase más como tope para el ovillo de lana (o lino) que como contrapeso. La aparición de ganchos de huso en la misma cueva ha permitido plantear la posibilidad de que ambos tipos de piezas formasen parte de los mismos instrumentos, aunque no se ha podido determinar qué lugar ocuparía cada pieza ni en qué posición se empleaba el huso. En un futuro no muy lejano, tenemos intención de recurrir a la arqueología experimental para tratar de resolver algunas de estas cuestiones.



Propuestas de colocación de las fusayolas de hueso y los ganchos de huso, según Alís Serna
Existe una referencia a una pieza de la cueva de Lamadrid (Riotuerto) que, por su descripción, podría ser una fusayola de hueso: "Cabeza de fémur quemada con perforación circular en la parte transversal". De momento no hemos tenido tiempo de echarle un vistazo en el MUPAC y, en principio, los materiales aparecido en la cueva pertenecen a la Edad del Hierro, pero en cuanto tengamos un hueco comprobaremos si hay que incrementar el inventario de fusayolas de hueso tardoantiguas.

El que esté interesado en el tema, puede encontrar más información sobre estos objetos y las referencias completas de los paralelos en el artículo Instrumentos relacionados con la actividad textil de época tardoantigua y altomedieval en Cantabria, publicado en el número 61 de la revista Munibe.

14 jul 2013

Romanas, romanas ¿Es que no ven que son aquitanas? (sobre varias placas de cinturón expuestas en el Museo de Navarra)

Hace unas semanas, coincidiendo con la despedida de soltero en Pamplona de la mitad del Proyecto Mauranus que no soy yo, estuvimos visitando el Museo de Navarra. Entre las muchas cosas que vimos (lamentablemente, la zona de Pre y Protohistoria estaba cerrada por obras) me llamaron mucho la atención algunos errores de bulto en la identificación de materiales expuestos. Hay alguno aún más grave, pero dedicaré esta entrada a señalar tres que están relacionados con la época sobre la que trata el blog.
  
En una de las vitrinas dedicadas al mundo romano se exponen tres anillos y cuatro placas de broches de cinturón (tres placas y un broche de placa rígida incompleto, para no mentir). Son las piezas que pueden verse en la foto:


Dejando completamente de lado los anillos y centrándonos en los broches, hay que señalar que el situado arriba a la derecha sí es una pieza tardorromana. Como tal ha sido publicada y tiene abundantes paralelos. Además, en su reverso cuenta con apéndices de sujeción con forma de roblones macizos, como es la norma en placas de esa cronología y al contrario de lo que ocurre con los otros tres. Es una lástima que no se vean en la foto (y que no tengamos una en la que salgan), pero sus apéndices del reverso no son como los que acabamos de mencionar, sino planos y con perforación central; del tipo presente en las guarniciones de cinturón de los siglos VI-VIII d. de C. Y esa es la "prueba del nueve", aunque ni mucho menos la única, de que su cronología no es la que le han asignado en el museo. Por tanto, deberían estar expuestos a la vuelta de la esquina, en la zona destinada al final de la Antigüedad y los inicios de la Edad Media, como voy a seguir razonando a continuación.
Antes de empezar tengo que decir que la historia de estas piezas me es desconocida en gran parte, aunque, como veremos, al menos dos de ellas han sido publicadas hace años. La primera, un ejemplar de placa rígida calada con abundantes paralelos en la toréutica del siglo VII d. de C., tanto en la Península Ibérica como al norte de los Pirineos, es citada por M. A. Mezquíriz Irujo en su "Catálogo de bronces romanos recuperados en el territorio de Navarra", aunque sin darle una cronología precisa (sólo cita su procedencia, Pamplona, y remite a un trabajo anterior que no he podido consultar).
Es una de las piezas que A. Azkarate menciona como de cronología tardoantigua-altomedieval (y onda norpirenaica) en la nota al pie nº 22 de su artículo de 1993 titulado "Francos, aquitanos y vascones. Testimonios arqueológicos al sur de los Pirineos" (gracias, Mikel), por lo que llama aún más la atención el hecho de que siga expuesta como romana y figurando en catálogos de materiales de esa cronología (lamentablemente, parece que Azkarate no volvió a tratar acerca de estas placas, tal y como era su intención y manifestó en la propia nota al pie). Sin salir de la propia Pamplona, en la necrópolis de Argaray (u Obietagaña) se localizaron algunos ejemplares de placa rígida calada del mismo estilo y cronología:
(Foto: Mezquíriz, 2004: 68)

Y en la muy cercan de Buzaga (Elorz), este otro:

(Foto: Azkarate, 2007: 197)

La segunda fue publicada en 1986 por M. R. Erice Lacabe ("Bronces romanos del Museo de Navarra"), quien la describe y da su procedencia (de nuevo Pamplona), aunque sin precisar su cronología. En su artículo citado más arriba, Mezquíriz Irujo (2011: 71 y 74) también la recoge y la fecha en la segunda mitad del siglo IV d. de C. 


Sin embargo, lejos de tratarse de parte de una guarnición de cinturón bajoimperial, es en realidad parte de una placa de tipo norpirenaico, del siglo VII d. de C. Está recortada y ha perdido los umbos o bossettes decorativos, tan característicos de ese tipo de producciones, aunque mantiene el orificio en el que iría encajado uno de ellos; y, tanto su sistema de articulación con la hebilla (desaparecida) como su morfología e incluso su decoración geométrica incisa son elementos que atestiguan de manera indiscutible esa filiación cronológico-cultural.

La última, por su parte, es en realidad el extremo distal de una pieza del mismo tipo que la anterior: la placa de un broche de cinturón merovingio/aquitano, del siglo VII d. de C., que, en este caso, sí ha conservado los umbos. No he encontrado ninguna referencia a ella en la bibliografía consultada, por lo que quizá esté inédita.

Existen abundantes paralelos para ambas, así que me limitaré a pegar a continuación un par de ejemplos significativos del sur de Francia:

Placa de cinturón de Mirepoix (Francia) (Imagen tomada de http://terrescathares.overblog.com/mirepoix )


Más una imagen tomada de una página (http://www.museedestempsbarbares.fr/) que es más que recomendable visitar:


Y, para terminar con un broche geográficamente muy cercano a los tres de Pamplona, un ejemplar de tipo aquitano procedente de la ya mencionada necrópolis de Buzaga:

(Foto: Azkarate, 2007: 197)

En conclusión y volviendo al principio: estas tres piezas no han sido bien identificadas en el Museo de Navarra y, por tanto, se exponen en un lugar que no les corresponde. Su sitio debería estar junto a los materiales tardoantiguos/altomedievales y no en la parte dedicada al mundo romano. Ni siquiera al tardío. Yendo un poco más allá, su correcta identificación (iniciada, al menos en un caso, por A. Azkarate en 1993) suma nuevos argumentos materiales a ese "hecho diferencial" vasco-navarro de los siglos VI-VIII d. de C., caracterizado en gran medida (aunque no sólo) por la presencia de guarniciones de cinturón norpirenaicas (merovingio/aquitanas) y la escasez de las de tipo peninsular (hispanovisigodas). En el caso concreto de Pamplona, frente a alrededor de una decena de las primeras (contando estas tres y dejando al margen los broches de placa rígida, usados a ambos lados de los Pirineos aunque varios de los ejemplares pamploneses tengan determinadas características que los acercan más al mundo franco) sólo me consta la existencia de una placa liriforme hispanovisigoda (recuperada en la excavación de la Casa del Condestable y expuesta en la catedral) y de un hebijón del tipo de los que acompañan a ese tipo de piezas (encontrado, en tiempos, en Argaray).

 
Materiales de la Casa del Condestable. Arriba a la derecha, la placa liriforme citada en el texto

Y esa proporción, de al menos diez a uno, no puede ser casual ni explicarse solamente por la cercanía geográfica y/o las relaciones comerciales entre la Vasconia peninsular y Aquitania (como sí podría hacerse, por ejemplo, con las escasas piezas de origen norpirenaico conocidas en Cantabria o Aragón, donde su presencia es muy inferior a la de los materiales hispanovisigodos). Con ello no quiero decir que ese territorio (si no todo, al menos una parte importante de él que incluiría la ciudad de Pamplona) no hubiese pertenecido al Reino de Toledo. Suele ser muy poco recomendable establecer conclusiones "políticas" a partir del registro material y no seré yo quien lo haga aquí y ahora.

Y una curiosidad para terminar: cuando estaba buscando paralelos para estas tres placas he podido ver cómo en la zona más occidental de lo que fue la Septimania visigoda, la provincia gala del Reino de Toledo y límite con la Aquitania (más o menos) merovingia, las guarniciones de cinturón más abundantes también son las de tipo franco-aquitano, en lugar de las liriformes. ¿Serán simplemente una prueba del triunfo de la "moda franca" en las zonas fronterizas del Reino Visigodo o indicios de alguna otra cosa?


PS: quienes no hayan identificado el guiño a Forges en el título de esta entrada que pinchen aquí.

10 jul 2013

La sonrisa de Los Girasoles. Verdadera historia del descubrimiento y estudio del Tesorillo de Ambojo

Este post pretende ser una humilde contribución a este fenomenal blog, llevado con mano sabia y diestra por mis dos colegas y amigos Enrique Gutiérrez Cuenca y José Ángel Hierro Gárate (Changel). Quizás sea algo extenso, pero el relato, que conlleva en última instancia llamar la atención sobre el conocido Tesorillo de Ambojo (Pedreña, Cantabria), creo que merece la pena por dos razones fundamentales. Por un lado por el propio interés del hallazgo, del que se cumplen 30 años de su descubrimiento y 15 de la publicación de su estudio (Rasines et al., 1998). Por otro, como un acto reivindicativo hacia dos figuras que se vieron implicadas en la historia (Ezequiel Guevara Roqueñí y el firmante del presente texto) y que no fueron tratadas… El relato es lo que yo viví en primera persona, las historias paralelas que en torno al tesorillo se desarrollaron y lo que hubo detrás, que a buen seguro fue mucho, lo desconozco y tampoco me importa. Lo único que quiero resaltar es que yo, al menos esa fue mi intención en todo momento, siempre actué de buena fe, tratando de dar a conocer un hallazgo arqueológico de relevancia y que implicaba a mi pueblecillo de Pedreña y sin perjudicar a nadie… aunque al final uno de los más afectados fui yo.

La historia comienza así. Hacia el año 1991, los chavales del pueblo de Pedreña nos reuníamos habitualmente, para divertirnos e interactuar socialmente que dirían los antropólogos culturales, en el local de un pequeño comercio regentado por un muchacho de origen iraquí, casado con una natural de Pedreña, Yosef. Un día de invierno, uno de aquellos chicos, Ezequiel Guevara Roqueñí (“Quiqui”), estaba conmigo en la tienda de Yosef hablando de cosas varias, que se yo… fútbol, baloncesto, remo, la chica de un barrio vecino…. De repente la conversación tomó tintes jocosos cuando Quiqui evocaba las peleas de los chavales del barrio de La Portilla (de donde era él) con los vecinos del Barrio Venecia. Comentaba como un día se desató una auténtica guerra campal con los “estiragomas” en la mies de San Pedro. Yosef le preguntó: “¿pero dónde?” Y Quiqui respondió: “sí dónde un día mi hermano Luis encontró, cuando estaban haciendo las obras del cementerio, aquellas monedas”. Por aquel entonces yo estudiaba lo que era el Curso de Orientación Universitaria (COU) y aún no tenía muy claro a qué me iba a dedicar, aunque la Historia, sobre todo la Prehistoria y la Arqueología, me gustaban condenadamente. Cuándo dijo lo de las monedas, tampoco me alarmé en exceso, lo que si llamó mi atención es la forma en la que lo dijo y además que hacía referencia a una ladera junto al cementerio de la localidad, en el que antaño yo sabía, porque me lo había contado mi abuelo, estuvo la antigua iglesia del pueblo que se levantó sobre las ruinas de otros templos más añejos. Entonces, azuzado ya por la curiosidad, le pregunté: “Quiqui ¿qué monedas son esas?” Me contó que una vez, jugando en esa zona, algunos amigos del barrio, en la época de la remodelación del acceso al camposanto, hacia 1983, entre “cachos de tumbas y huesos”, Luis, su hermano encontró un pequeño saquito de cuero que contenía lo que él denominó una “barra metálica” compacta. El saquito se desintegró al tacto, y la “barra metálica” a Luis le pareció algo sin importancia. Gracias a Dios que andaba Quiqui por allí pues su característica agudeza mental hizo que se percatara de que aquello era algo más que un cacho de metal informe. Como él dijo: “se lo requisé a mi hermano”. Me comentó que se lo llevó a casa y lo fue limpiando, con un limpiametales cualquiera, separando las monedas con mucho cuidado y paciencia. Ciertamente el trabajo que hizo Quiqui fue excelente y aún hoy día dudo de que muchos profesionales de la Restauración arqueológica lograran hacer un trabajo semejante. Las monedas, como pueden contemplarse actualmente en el MUPAC, están perfectamente limpias y en un estado más que óptimo. Seguidamente le pregunté por los huesos y las lajas de piedra a las que hizo mención, pero me comentó que aquellos restos óseos y “trozos de tumbas” se las llevó el párroco de aquel entonces, el ya fallecido Don Ricardo, y nada más se volvió a saber de ello; a Don Ricardo le pregunté posteriormente sobre el particular, pero eludió darme explicaciones.

Monedas del Tesorillo de Ambojo, actualmente expuesto en el MUPAC (Foto: EGC)
A partir de ahí, mis ojos estaban ya como platos y necesitaba ver aquellas monedas, así que le pregunté si me las podía dejar ver y me dijo que me las enseñaría. Me contó que en un inicio había más de 80, pero algunas se las regaló a los amigos que estaban con su hermano cuando las encontraron y parte de aquel tesorillo se fragmentó hasta quedar las 72 monedas que se conocen hoy día.

Algunos días después Quiqui y yo volvimos a coincidir donde Yosef. Mientras charlábamos, sacó del bolsillo un tubito de esos que contenían los rollos de una cámara fotográfica, y dentro, cubierto con algodones y envueltas en papel higiénico, me enseño un pequeño lote de diez monedas que me dejaron alucinando como le pasaba a Carlos Castaneda tras reunirse con Juan Matus. Las pequeñas monedas eran una maravilla, me parecieron inicialmente de plata (después supe que eran de vellón), muy finitas y a la vista se veía perfectamente que eran algo valioso y realmente antiguo. Hasta ese momento jamás había tenido en mis manos material arqueológico y entendí que aquello debería ser dado a conocer por su belleza estética, pero también, a buen seguro, por su importancia histórica y así se lo hice saber a Quiqui. Él sabía que aquello era valioso e importante, pero no hasta qué punto.

 Me comentó incluso que gente de la Consejería le había hablado de la posibilidad de donarlas al museo, pero como sentía apego hacia ellas, le daba pena desprenderse del tesorillo. Después de estar un rato maravillándome con aquel conjunto monetario, me fui para casa, ya era tarde. Al día siguiente en clase yo seguía recordándome de las monedas de Quiqui. En las clases de Historia Contemporánea me sentaba al lado de un chaval que había conocido el año anterior en tercero de BUP. Era un muchacho genial, no sólo por su carácter, sino también en el más literal sentido de la palabra, porque era un artista, un creador. Se hacía llamar Afro (actualmente Aphro) y dibujaba comics y collages como hasta entonces no había conocido a nadie. Se llama Sergio Sainz Vidal. Lo de que era un tipo creativo lo llevó hacia adelante. Hace unos años, en 2006, supe que había ganado el premio de la Academia de las Artes y las Ciencias al mejor videoclip del año por Let me out del grupo musical Dover y el segundo premio en el mismo año de la misma academia por el videoclip Con la mano levantá de Macaco, y aún sigue dedicándose a ese tipo de trabajo. Pues bien, estando en clase le comenté la existencia de las monedas de Quiqui y me dijo que era muy interesante y que quizás se las podría dejar a su hermano que era arqueólogo. “¿Tu hermano es arqueólogo?”, pregunté flipando y me contestó: “sí, claro en mi casa hay libros por todos los sitios de las culturas griegas y latinas clásicas, del antiguo Egipto y todo eso”, me comentó. “Quizás a mi hermano le interesen y te pueda decir de qué época son”. Yo me quede bastante “flasheado”, me interesaba que algún profesional pudiera verlas y decirme de qué periodo histórico eran y, además, quizás podríamos convencer a Quiqui de que las entregara al entonces Museo Regional de Prehistoria de Santander. Quedé con Sergio en hablar con Quiqui y decirle qué opinaba. Por cierto, “¿cómo se llama tu hermano?”, “Se llama Esteban” me contestó “y es el director de la Escuela-Taller de Santander”. Según me he enterado últimamente sigue ocupando el cargo.

El autor del texto junto al Tesorillo de Ambojo en el MUPAC (Foto: EGC)
Días después coincidí con Quiqui en la tienda de Yosef de nuevo y le comenté la conversación que había mantenido con Sergio. En un primer momento no se mostró muy convencido de dejárme las monedas, pero al final accedió y quedamos en que me pasaría un lote de 10 monedas para que el hermano de Sergio les echara un ojo. La emoción que sentía iba in crescendo. Un par de días después volví aquedar con él y me dejó el lote convenido, bien envuelto en papel higiénico y cubierto con algodón en aquel tubito de rollo fotográfico. Se las dejé a Sergio, dándole un plazo de devolución que me había marcado Quiqui, y quedamos en ver lo que le decía el hermano. Al día siguiente, en clase, Sergio me comentó, sonriéndose, que aquellas monedas habían sorprendido gratamente a su hermano. Eran parte de un tesorillo, según me dijo, y de época medieval, aunque sin precisarme las fechas exactas, algo que hizo posteriormente, detallándome que eran de los siglos XI y XII y que implicaban, al menos, a dos reyes muy importantes de la época (los trabajos posteriores que concluyeron con la publicación de el estudio del tesorillo dejan claro que los monarcas aludidos eran Alfonso VI de Castilla y León -reinó entre 1073 y 1109-, que había sido el conquistador de Toledo en el año 1085, de Sancho Ramírez de Aragón -rey entre 1063 y 1094- y a Pedro I de Aragón, hijo de este último que reinó entre 1094 y 1104). Las noticias eran excelentes, así que quedé con el hermano de Sergio en que le iría trayendo poco a poco todas las monedas para que él hiciera un estudio, las diera a conocer y consiguiera que acabaran en el museo. Me dijo que le comentara a Quiqui que eran muy interesantes y que, si las entregaba al museo, le darían un justiprecio a cambio. Mientras tanto, según me comentó el mismo, Sergio las fue dibujando (aunque la autoría de los dibujos en el artículo se la atribuya Esteban) para tenerlas todas registradas y clasificadas. Quiqui y yo cumplimos nuestra parte del trato…. pero Esteban no.

Monedas de Sancho Ramírez, Alfonso VI, Pedro I y los tres óbolos. (Foto: EGC)
Pasó el tiempo. Al año siguiente yo me matriculé en el extinto plan de Geografía e Historia de la Universidad de Cantabria. Cursé los dos primeros años, pero determinados problemas personales, hicieron que en el curso de 1993-1994 me cambiara de plan de estudios e iniciara la entonces novísima Licenciatura en Historia. En aquel momento, más liberado mentalmente comencé a interesarme por determinados ámbitos arqueológicos entre los que, como ya comenté anteriormente, se encontraba la arqueología prehistórica. Sin embargo, seguía recordándome del tesorillo de Pedreña, sobre todo porque no había vuelto a saber nada de él, además ya había perdido contacto con Sergio y no supe cómo encontrar al hermano. Alguna vez me había encontrado con Quiqui y me había preguntado sobre el particular, pero solo pude darle la callada por respuesta. Al mismo tiempo me comentaba Quiqui del interés de ciertos sectores de la Consejería por el tesorillo, aunque Quiqui seguía temiendo perder las monedas, por lo que no se avanzaba sobre el tema.

Había estado siguiendo regularmente la prensa por si se publicaba algo al respecto, pero no había salido nada y en las búsquedas bibliográficas que hice en la biblioteca de la facultad tampoco obtuve ningún resultado. No podía ser que aquella colección numismática pasara sin pena ni gloria, y que no fuera dada a conocer, ni puesta a disposición del disfrute público. Por ello me puse en movimiento. Lo primero que hice fue dirigirme al museo de Prehistoria y allí nadie supo darme una opción satisfactoria pero me remitieron a un catedrático de Historia Antigua de la facultad que apenas si mostró interés alguno por el conjunto numismático, emplazándome a darle a conocer otro tipo de hallazgos más interesantes para él. Bastante decepcionado, decidí ponerme en contacto con otro profesor de la facultad quién, igualmente, no prestó ni mucho, ni poco, ni ningún interés por el tema. Yo no daba crédito, era imposible que aquello careciera de importancia.

 Es lamentable el hecho de que profesionales de la Arqueología no se interesen por un hallazgo arqueológico. Es como si a mí, que estoy más centrado en la arqueología paleolítica y la evolución humana me enseñasen, por ejemplo, una reja de arado romana o un pilum catapultarium, o un hacha de talón y anillas, y no supiera reconocer su valor, ni le atribuyera la importancia que merece, simplemente porque me dedico a otra cosa.

El hecho es que me di cuenta de que estaba acudiendo a las personas equivocadas. Durante mis revisiones de prensa en búsqueda de noticias sobre el esperado estudio del tesorillo por Esteban Sainz Vidal, había visto varias noticias relacionadas con un arqueólogo regional, especialista esencialmente en la Edad Media, Ramón Bohigas Roldan, catedrático del IES Valle del Saja en Cabezón de la Sal. Leí algunas publicaciones en relación con sus trabajos en diversos yacimientos. Así, recuerdo las referencias a la excavación de urgencia del Covacho de Arenillas en Islares, Castro Urdiales, en 1992, la excavación de urgencia de la necrópolis de San Pedro de Escobedo en Camargo en 1992 o diversos trabajos de prospección y limpieza como los llevados a cabo en el Monte Mazo en Ramales en 1993 y pensé que podría ser una excelente opción. En el Mes de Mayo de 1994 me enteré de que, en el Centro Cultural La Vidriera de Camargo, iba a tener lugar la presentación del número II de la serie Trabajos de Arqueología en Cantabria, editada por el propio R. Bohigas. Era mi oportunidad de hablar con él.

Así lo hice,a la salida de la presentación le comenté la cuestión del tesorillo y desde el primer momento se mostró muy interesado en el tema. Así, quedamos un día en mi casa, después de que Quiqui me volviera a dejar otro conjunto de monedas para que las pudiera ver. El día convenido llegó, acompañado de otro conocido arqueólogo regional, Pedro Rasines del Rio, y los dos se quedaron estupefactos al contemplar las monedas. Recuerdo que Ramón me dijo literalmente: “Vamos a hacer que ese catedrático se arrepienta de haberte dado largas”. Establecimos una pauta de trabajo y, poco a poco, en los ratos que podíamos quedar, fuimos clasificando y catalogando las monedas que Quiqui, amablemente y con gran disposición, se mostró dispuesto a dejarnos estudiar. Igualmente, de forma recurrente, le comentábamos la posibilidad de que las donara al museo, pero esta sugerencia no le acababa de convencer, pues tenía miedo a quedarse sin ellas y para él significaban algo especial. En cualquier caso, en el curso de los dos siguientes años prácticamente fuimos concluyendo con el trabajo, hasta un punto en el que tuvimos todo el material listo para publicarlo.

Vista de conjunto de las monedas de Alfonso VI (Foto: EGC)
El día de Reyes de 1998, sonó el teléfono de casa. Era un día desapacible y hacía un frío del demonio. Mi madre atendió la llamada y me dijo que era para mí. Cuando cogí el auricular no daba crédito a lo que oía. Esteban Sainz Vidal, el arqueólogo que hacía años se había comprometido a estudiar el tesorillo daba señales de vida y ¡¡me emplazaba a abordar un trabajo conjunto sobre el tema!! Yo le comenté que, dado que no había vuelto a saber nada de él, me había puesto en contacto con otras personas y teníamos un trabajo a punto de publicarse. En cualquier caso, me insistió y me hizo quedar con él en la cafetería Los Girasoles, que estaba al lado de la plaza de la Esperanza, para “hablar de ello y ver cómo había quedado la cosa” me dijo. Un poco a regañadientes accedí, más por el frío que hacía que por otra cosa, pero al final, como digo, acabé acudiendo a la cita con cierto mosqueo porque no me quedaba claro tan repentino interés. Llegué al bar citado hacia mediodía, y allí estaba Esteban esperándome. Nos saludamos cordialmente y comenzamos a hablar, me dijo que estaba esperando a un amigo que estaba interesado en el tema. Al rato llegó este colega suyo. Lo recuerdo como un tipo excepcionalmente alto, muy elegante, con un abrigo tres cuartos de color marrón claro, parecido a un guardapolvo de cowboy, ojos rasgados tras unas gafas de marca y una barbita muy bien perfilada, como las que se llevan hoy día de moda. El conjunto hizo que el sujeto me recordara a Lee Van Cleef en algún spaghetti western. Me empezaron a preguntar, sospechosamente, por toda la historia y las circunstancias que rodearon el hallazgo de Quiqui. Yo me sorprendí, pues Esteban era conocedor de primera mano de la cuestión, ya que él había estado implicado en el primer contacto con el tesorillo, pero aún así les relaté todo lo que había ocurrido. Cuando finalicé, el tipo del tres cuartos, clavó aquella mirada inolvidable en mi y, tras identificarse, me espetó: “Soy el agente XXXX (no recuerdo ni el nombre), de Patrimonio, supongo que no tendrás ningún inconveniente en acompañarnos a la comisaria y repetir todo esto que nos has contado ¿verdad?, tranquilo vemos que habéis actuado de buena fe y no va a ocurrir nada”. La sangre se me heló en las venas, más por el sentimiento de puñalada trapera que vi me había dado Esteban, que por el resto, me quedé en blanco y yo creo que hasta sufrí una bajada de tensión. Después de ordenar rápidamente las ideas en mi cabeza, decidí acompañarles (hoy se que podría haberme negado pues no se me acusaba de nada).

La salida de Los Girasoles fue aún más bizarra si cabe y es que lo que vi (aún cuándo lo recuerdo me parece surrealista e inverosímil y casi se me aflojan las vísceras igual que en aquel momento) fue aún más impactante. Afuera, aparcados en doble fila, esperando, se encontraban dos coches oficiales (ni idea de la marca, el mundo automovilístico nunca fue mi fuerte), con lunas tintadas, línea diplomática y todo esa parafernalia. Del coche que estaba en segunda línea se abrió la puerta trasera y emergió una figura de la que jamás en mi vida habría pensado que podría estar implicado (entonces yo era muy tordo y no las veía venir ni a kilómetros de distancia). Era un profesor de la facultad que impartía clases de informática e Historia Contemporánea y del que yo tenía una opinión bastante positiva; siempre le acompañaba una imagen muy progre, algo alejada del encorsetamiento estético de sus colegas académicos y, cuando te encontrabas por los pasillos de la facultad con él, se mostraba generalmente muy amable, comunicativo y hasta paternal, de muy buen rollo siempre. Pero es bien cierto ese dicho que apunta que las apariencias engañan. El profesor en cuestión era Miguel Ángel Sánchez Gómez que, además, en aquel entonces, ostentaba un cargo importante en la Consejería de Cultura del gobierno regional en la que, según me comentaron, se había marcado como objetivo personal no dar tregua al furtivismo patrimonial. Fueron varias las acciones que acompañaron a la búsqueda del tesorillo y en la que más que nada se hizo política de tierra quemada; lo cortés no quita lo valiente y si hay que reconocerle el haber impulsado y coordinado el equipo que elaboró la Ley de Patrimonio Cultural de Cantabria en 1998. La intención de querer proteger, conservar y dar a conocer el patrimonio es una actitud que me parece loable y obligada para cualquier mandatario o persona relacionada con la cultura y el patrimonio histórico, artístico y arqueológico, pero existen formas muy variadas de proceder con los objetivos marcados. No se puede entrar como un elefante en una cacharrería arrasando con todo, simplemente porque algún alcahuete correveidile te ha dado cierta información que, además, es falsa e interesada.

Pues bien, la imagen progre que digo siempre llevaba, ahora había cambiado: elegantemente vestido y con un abrigo largo azul marino, de esos que valen un pastizal, me regaló una sonrisa estereotipada y, como si no pasara nada, palmadita en la espalda, qué tal y “hala vamos para La Albericia”. Me subí a mi coche, un Seat Ibiza GLX 1200, con Esteban Sainz Vidal, quien me iba hablando de no sé qué, porque yo estaba como para mantener conversaciones. Lo que sí recuerdo es que me dijo que él era partidario del método arqueológico de Andrea Carandini, en fin, surrealista total. El tránsito hasta La Albericia se me hizo eterno, parecía no acabar nunca y, mientras tanto, el discurso de Esteban me entraba por un oído y me salía por otro porque yo sólo pensaba en Quiqui y en la que le podía caer. 

Llegados a la comisaría de La Albericia, me acompañaron dos agentes a una habitación del segundo piso. La imagen era un cuadro costumbrista sacado de una película de serie B de una época de cuyo dirigente político no quiero acordarme. La habitación era austera y espartana. En la pared solo había un cuadro, mal enmarcado, de un billete de 200 pesetas que quizás podría estar ahí como ejemplo de un billete falsificado, pero no lo sé. Como único mobiliario, una mesa de escritorio, de esas de oficina, y dos sillas y la que me tocó a mí estaba coja; sobre la mesa una máquina de escribir cuya marca no recuerdo, pero si me fijé en que le faltaban varias teclas de la letra a alguno de los pulsadores. Surrealista hasta extremos máximos. Yo estaba hipernervioso, temblaba como las hojas, máxime cuando entraron dos tipos más bien normalillos, pero con mucho cachondeo. Hablaban entre ellos de las posibilidades de localizar a Quiqui a la hora de comer en casa y uno de ellos le apostó al otro una caña y un pincho de tortilla a que si lo pillaban sobre esa hora. Mientras tanto, me dijeron que contara toda la historia y, por segunda vez aquel día, lo hice. Mientras estaba relatando, uno de ellos se me acercó con una fotografía de Quiqui y me preguntó: “¿Es éste Ezequiel?”. Yo respondí afirmativamente y después de las preguntas llegó Miguel Ángel Sánchez y, esgrimiendo la misma sonrisa de Los Girasoles, me dijo: “Gracias, no te preocupes, que no va a pasar nada, simplemente queremos recuperar las monedas”. ¿Recuperar?, pensé yo. En fin. Ahora, lo que ya me dejó totalmente fuera de juego y me asustó mucho, fue que el “colega” agente de Esteban entró en la sala, esta vez sin el tres cuartos, se me acercó, me colocó su mano en el hombro derecho y, apretando levemente, me miró directamente a los ojos y me dijo: “Has ayudado mucho, pero ahora te voy a pedir algo…” apretando un poco más el hombro, hasta que sentí dolor, me ordenó: “No hables con él”.

Después de despedirme e ir pensando en la puñalada trapera que me habían dado, y cómo y de qué manera me la habían jugado, sin comérmelo ni bebérmelo, cuando desde un principio yo había ido de cara, había conseguido que Quiqui prestara las monedas para estudiarlas y cómo habían pasado 7 años sin que la persona a la que se las dejé inicialmente hiciera nada al respecto y ahora, que se debían haber enterado que teníamos un trabajo terminado, volvían a interesarse y de qué manera…. En fin, sentía muchísima impotencia y muchos sentimientos contrariados. Dios mío, cómo funcionamos. Así nos va.

Salí de la Comisaría y me subí en el coche a toda velocidad, buscando una cabina telefónica y no veía ni una por ningún lado, así que recordé que había un terminal en la facultad de Medicina que quedaba cerca. Fui hacia allí y llamé a Quiqui y le conté lo que había pasado. Me tranquilizó que Quiqui no se asustó en demasía y hasta se mostró calmado. Por eso, después de contarle, lo sucedido me fui para casa con más calma.

Estando en casa, conté lo sucedido y encima me gané una buena bronca “por meterme donde no me llamaban”. Por la tarde bajé a la tienda de Yosef, serían como las 6 o así y Yosef me comentó que habían detenido a Quiqui, me dijo que había habido un despliegue policial tremendo, que habían ido a su casa donde no estaba por lo que fueron al Club de Remo de Pedreña (donde era remero Quiqui) y allí le habían detenido como si fuera un criminal cualquiera, le habían llevado al cuartel de la Guardia Civil y desde allí, creo recordar a Santander. Yo me asusté un montón y me preocupé muchísimo.

Días después me encontré con él y me comentó lo ocurrido que grosso modo coincidía con lo que me había relatado Yosef. Me dijo que le habían quitado las monedas y que las enviaron a Madrid, al Museo Arqueológico Nacional.

Sin embargo, las cosas cambiaron en fechas posteriores. Quiqui me comentó que en el club de remo se había hecho amigo de una persona que, a su vez, era amigo de otra con grandísima influencia en la Comunidad de Cantabria y que le había ofrecido sus servicios jurídicos para recuperar el tesorillo. Cosa que finalmente consiguió. El tesorillo se había hallado a comienzos de la década de 1980, cuando aún no existía la actual Ley de Patrimonio. En la antigua legislación, la única obligación que se le requería a la persona responsable del hallazgo era prestar el mismo para su estudio y documentación, y esa parte Quiqui la había cumplido con creces, por lo que no hubo más remedio que devolverle el conjunto de monedas. Estas, tras su paso por el Arqueológico Nacional, se habían visto afectadas según me comentó el propio Quiqui, es más en el trato e investigación de las mismas se había roto una de las monedas. En fin.

Finalmente, y a Dios gracias, las monedas acabaron en el museo, pero como se debería haber hecho desde el principio, estableciendo un acuerdo formal entre el poseedor del conjunto y la institución responsable y, felizmente, ahí siguen, formando parte de la excelente exposición permanente del nuevo MUPAC inaugurado recientemente. El estudio de las mismas se publicó en la serie editada por Ramón Bohigas, Trabajos de Arqueología en Cantabria, en el volumen IV… y aún sigo preguntándome por qué lo firmó Esteban Sainz. Cada cual que saque sus conclusiones. Posteriormente fueron declaradas Bien de Interés Cultural.

El Tesorillo de Ambojo fue un hallazgo arqueológico de primera magnitud, pero casual y totalmente inocente. Se ha convertido en el descubrimiento altomedieval relacionado con el ámbito numismático más relevante documentado hasta la fecha en la Comunidad de Cantabria. La importancia no sólo viene determinada por la calidad de las piezas que constituyen el tesorillo, sino también por su número, pues no se conocía hasta el momento una cantidad de monedas del periodo semejante y, como se hacía referencia en el artículo de Rasines et al. (1998: 210), “merece, sin duda de ninguna clase, llegar a ocupar un lugar relevante en el Patrimonio Histórico de la Comunidad Autónoma”.

En el tesorillo de Ambojo, como mencioné anteriormente, se ven implicados varios monarcas, cada uno con un número diferente de monedas. Por un lado, Alfonso VI de Castilla y León se ve representado casi un 30% y, por otro, dos reyes aragoneses. Sancho V Ramírez con casi el 67% de las piezas y Pedro I, que apenas llega al 2%. La mayor presencia en el conjunto de moneda aragonesa ha recibido varias propuestas interpretativas (Rasines et al., 1998: 212) entre las que cabe reseñar las comerciales y las políticas.

Acuñaciones del reino de Aragón en el Tesorillo de Ambojo (Rasines et al., 1998)
El tesorillo parece corresponder a una ocultación intencionada, con el objetivo de recuperarlo posteriormente y que no pudo llevarse a cabo, en tiempos convulsos con enfrentamientos entre los diferentes monarcas del momento. El ocultamiento cronológicamente es difícil de precisar, pero es probable que no sea muy posterior a la propia fecha de las monedas. La acuñación de las monedas de Alfonso VI, como mínimo, es posterior a la conquista de Toledo en 1085 tal y cómo se aprecia en el anverso de las acuñaciones con la leyenda TOLETUO. Las acuñaciones de Sancho Ramírez puede que sean de momentos avanzados de su reinado y las monedas de Pedro I nos ofrecen una fechas a partir de la cual establecer el momento de ocultación. Puede pensarse, como queda recogido en Rasines et al. (1998: 202), que la ocultación del tesorillo podría haber sucedido en el convulso periodo del matrimonio de Alfonso I el Batallador y doña Urraca, a partir de 1112. El análisis numismático del conjunto (Rasines et al., 1998: 202 y ss.) remite a la existencia de cuatro grupos básicos: dineros de vellón de Sancho V Ramírez de Aragón (diferenciados en dos subtipos), dineros de vellón de Alfonso VI de Castilla, tres óbolos sin leyenda y sin haberse podido clasificar hasta la fecha y el dinero de Pedro I de Aragón que sigue el modelo de su padre.

El Tesorillo de Ambojo permite saber de la existencia de la aldea de Ambojo en fechas algo más antiguas de las que se tiene documentación, que es de 1116, cuando Pedro Rodríguez dona heredades en Ambojo y otros lugares de Cudeyo a la catedral de Burgos (Serrano, 1936 citado por García Guinea, 1979). Este núcleo de población se ubicaba en la demarcación territorial de Cudeyo, siendo el denominado Cutellium Castrum (Pico del Castillo en Solares) el centro político administrativo (Bohigas, 1986). Del mismo modo, esta zona constituía grosso modo el límite territorial entre Trasmiera y las Asturias de Santillana, frontera que observó cambios periódicos, en función de los diferentes eventos políticos acaecidos en la época (Rasines et al, 1998: 173-174).


BIBLIOGRAFÍA 

RASINES DEL RIO, P.; BOHIGAS ROLDÁN, R.; GÓMEZ CASTANEDO, A.; SAINZ VIDAL, E. (1998), “El hallazgo monetario medieval de Ambojo (Pedreña, Marina de Cudeyo, Cantabria)”, en BOHIGAS ROLDÁN, R. (ed.), Trabajos de Arqueología en Cantabria, IV, Santander: 169-214. 
BOHIGAS ROLDÁN, R. (1986), Los yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la cordillera cantábrica, T. I, Monografías Arqueológicas, 1, A.C.D.P.S., Santander. 
GARCÍA GUINEA, M. A. (1979), El Románico en Santander, Librería Estvdio, Santander.

4 jul 2013

La pizarra figurada de San Vicente de Río Almar (3): ¿es realmente la mujer sobre la bestia escarlata...?

Vuelvo con este tema, después de muchos meses, para retomarlo exactamente donde lo dejé. Desde hace tiempo la hipótesis que planteo en esta serie de entradas no acaba de convencerme del todo (aunque tampoco he llegado al punto de descartarla, ojo), pero ya que empecé...


Terminaba la entrada anterior planteando mis dudas acerca de que la pizarra representase a una mujer, concretamente a la mujer sobre la bestia escarlata del Apocalipsis. Y lo hacía únicamente a partir del análisis de la figura que aparece montada sobre el caballo: su cabeza, su vestimenta, su postura... Ahora toca abundar más en esas dudas, cosa que haré comparando su dibujo con el propio pasaje del Apocalipsis y con otras representaciones altomedievales del mismo tema.

El texto de la Vulgata (Ap. 17, 3-4) dice lo siguiente:

 "Et abstulit me in spiritu in desertum. Et vidi mulierem sedentem super bestiam coccineam, plenam nominibus blasphemiæ, habentem capita septem, et cornua decem.(4) Et mulier erat circumdata purpura, et coccino, et inaurata auro, et lapide pretioso, et margaritis, habens poculum aureum in manu sua, plenum abominatione, et immunditia fornicationis ejus."

O lo que es lo mismo, pero en castellano:

"Y me llevó en espíritu al desierto. Y vi una mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba cubierta de púrpura y escarlata, y enjoyada con oro y con piedras preciosas y gemas, y tenía en su mano una copa de oro llena de abominación y de la inmundicia de su fornicación".

Tenemos pues, según el texto, una bestia multicéfala y muchas veces cornuda y una mujer ricamente vestida y adornada que la cabalga y que sostiene en su mano una copa de oro. Y no hay nadie más en la escena (y éste es un detalle importante). Sin embargo, el dibujo de San Vicente de Río Almar nos presenta a una figura, no necesariamente femenina, montada sobre un caballo (o algún tipo de équido similar), cuyo único adorno relevante es el objeto que lleva a la cintura (y que sabemos que no es ni mucho menos lujoso ni está enjoyado: es una fina plancha de hierro probablemente recubierta de piel o cuero y/o madera), que no parece portar ninún objeto en sus manos (podría llevarlo en la mano que no se ve en el dibujo, pero parece más lógico pensar que tiene ambas levantadas en posición "orante") y que, además, está acompañada por otro personaje (y por lo que parece una serpiente) que se sitúa detrás de su montura. Todo ello muy distinto, en mi opinión, de lo que se cuenta en Apocalipsis 17. En cualquier caso hay que consignar que algunas de esas diferencias no son, ni mucho menos insalvables. Un ejemplo: a la bestia, como veremos a continuación, en ocasiones se la representa con forma equina. Como una especie de cuadrúpedo "infernal", pero un cuadrúpedo a fin de cuentas. Y otro: las joyas que adornan a la mujer no aparecen representadas en los dibujos, centrándose toda la atención de los diferentes autores en los ropajes que la cubren.

Las representaciones altomedievales más antiguas que he podido encontrar de esta imagen apocalíptica pertenecen a varios beatos y se fechan a partir del siglo X. Veamos algunas:


Beato de Girona (s. X)

Beato de Fernando I y Doña Sancha (s. XI) (Fuente: Wikimedia Commons)

Beato de Saint-Sever (s. XI)

En esta pequeña selección he prescindido de otras imágenes de la mujer sobre la bestia, procedentes de otros beatos de los siglos X y XI, en los que ésta última aparece representada como el monstruo de diez cabezas que describe el texto de San Juan (en estas tres, como adelanté más arriba, es una especie de équido aunque con cabeza más o menos monstruosa, garras en lugar de pezuñas y una serpiente por cola en todos los casos). Tanto en estos casos como en los demás que he consultado, mujer y bestia aparecen solas, sin ningún acompañante. Y, también en todos ellos, la primera porta una copa o cáliz dorado (o un objeto similar) en su mano derecha.
 
De nuevo y como ocurriera con la comparación con el pasaje bíblico, el dibujo mostrado en la pizarra de San Vicente de Río Almar no coincide (al menos no en lo fundamental) con las representaciones posteriores de la mujer que cabalga la bestia escarlata. Los investigadores que han estudiado la pieza (aquí y aquí, por ejemplo) han salvado ese "escollo interpretativo" con el siguiente razonamiento: en época visigoda existió una forma propia y particular de representar gráficamente las escenas del apocalipsis, obviamente anterior a la de los beatos (que son 3 o 4 siglos posteriores) y distinta de ésta. Y a esa tradición gráfica apocalíptica hispanovisigoda es a la que pertenecería la pizarra que ha dado origen a esta serie de entradas. Reconozco que está bien traído, pero creo que el argumento es muy endeble, ya que remite a algo que nos es completamente (o casi) desconocido y que, por tanto, podría justificar casi cualquier cosa; y también algo circular: el dibujo de la pizarra de San Vicente de Río Almar diferiría en gran medida de las representaciones de los beatos sobre el mismo tema porque pertenecería a una tradición ilustradora distinta; y el hecho de que la escena plasmada en la pizarra sea diferente a lo que encontramos varios siglos después sería la principal prueba de que hubo una tradición gráfica apocalíptica hispanovisigoda con características propias.
 
Como conclusión de esta entrada creo que, tras un análisis no demasiado profundo tanto de las evidencias textuales bíblicas como de las representaciones gráficas de los siglos X-XI, puede ponerse en duda la interpretación de la escena grabada en la pizarra de San Vicente de Río Almar como la imagen de la mujer sobre la bestia escarlata, descrita en Apocalipsis 17, 3-4. No digo que no lo sea, pero creo que los argumentos para sostener esa identificación no son muy sólidos y que pueden proponerse algunas alternativas. Sobre una de ellas trataré en la siguiente entrada de la serie.


POSTDATA:

Mientras redactaba esta entrada y por pura casualidad he reparado en el más que curioso parecido que existe entre las representaciones de la bestia del apocalipsis en algunos beatos (los que pueden verse más arriba, por ejemplo) y los "animales fantásticos" (así al menos se los describe) tallados en algunos de los medallones que decoran la iglesia (en origen, palacio) prerrománica asturiana de Santa María del Naraco (puede verse un buen ejemplo aquí). Cuadrúpedos con garras en lugar de pezuñas y largas colas rematadas en cabezas de serpiente, incluso con el "nudo" central que puede verse en la bestia del beato de Fernando I y Doña Sancha. ¿Es una casualidad o la prueba de que el origen de esas representaciones de los siglos X-XI ha de remontarse al menos hasta el IX y localizarse en el Reino de Asturias? No tengo ni idea (ni tiempo para comprobarlo) de si se trata de algo conocido y estudiado, pero lo dejo escrito aquí por si acaso no lo es.