26 feb 2015

"Cantabria: nuevas evidencias arqueológicas"

Mañana, 27 de Febrero, comienza el ciclo "Cantabria: nuevas evidencias arqueológicas". Organizado por la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC) y Regio Cantabrorum, consta de siete conferencias impartidas por varios investigadores que trabajan (trabajamos) en yacimientos cántabros o situados dentro de los límites de la Cantabria prerromana. Su arco cronológico es muy amplio (va desde el Paleolítico hasta la Guerra Civil Española, pasando por la Edad del Hierro, la conquista romana o la Alta Edad Media) y el ciclo cuenta, además, con un inciso dedicado a la difusión del Patrimonio arqueológico cántabro en la red. Pero para hacerse una idea del asunto, ver qué se va a contar y quiénes lo van a hacer, lo mejor es echar un ojo al cartel:


Todas las charlas son más que recomendables y desde aquí os animamos a asistir a ellas (yo sólo podré ir a tres, por el tema de los turnos en el trabajo, y me jode bastante, la verdad). Las nuestras, que son las dos últimas, no llegarán hasta mayo y en ellas hablaremos de algunos de esos posibles nuevos campamentos romanos que hemos encontrado recientemente (y de su también posible relación con dos episodios concretos de la conquista romana de Cantabria) y de nuestras excavaciones en Riocueva en los últimos años; respectivamente. Supongo que iremos ampliando la información según se acerquen. En cualquier caso, si os pasáis, por allí nos veremos.

18 feb 2015

Riocueva 2014, episodio 12: así lavaba, así, así...

Han pasado ya dos meses desde la agridulce despedida de Riocueva y en todo ese tiempo no habíamos encontrado el momento para empezar con el «trabajo de laboratorio», un nombre excesivamente pomposo para las tareas a las que se refiere. La primera fase es el lavado de materiales, tanto de los objetos recogidos de forma individualizada, como de las «bolsas de nivel». El proceso ya lo hemos explicado aquí otras veces y es muy, muy sencillo: A) sacar los objetos de la bolsa; B) pasarlos por el chorro de agua o por un recipiente; C) cepillar suavemente, si es necesario; D) ponerlos a secar sobre un papel de periódico. A veces pienso que si se hacen realidad las previsiones de algunos analistas —alguno diría agoreros— y desaparece la prensa en papel, los arqueólogos lo íbamos a tener difícil. Total, que así hemos pasado la mañana el sr. director, Helena y yo ¡ah! y Marta, que se ha unido al equipo habitual del «comando limpieza».

Lavando una «bolsa de nivel»
Un suave cepillado facilita la limpieza

Y todo eso lo hacemos, como ya es habitual desde la campaña de 2011, en las instalaciones cuyo uso nos cede amablemente el Museo de Altamira. Si no contásemos con el «lavadero» de Altamira, el proceso daría muchos más dolores de cabeza. Pero con estos medios a nuestra disposición, la tarea se resuelve en una mañana. Es un trabajo bastante poco estimulante, la verdad. La única ventaja que tiene el asunto es que puedes volver a ver algunos de los objetos recuperados durante la excavación y, esta vez sí, limpios, lo que permite apreciar detalles: una decoración de una cerámica, una mordedura en un hueso, una caries en una muela... Quizá la única nota divertida sea que, de vez en cuando, las cosas no son lo que parecen. No es habitual —somos muy buenos excavando, eso es así —, pero en ocasiones, al lavar con mimo algo en cuya etiqueta pone «cerámica» descubres que es un fragmento de cráneo humano quemado... o peor, una piedra. Sí, una triste piedra. Es mucho más fácil de lo que parece, en condiciones de iluminación tenue como la que habitualmente tenemos durante la excavación, confundir un pedazo de pequeña estalactita con un hueso humano.

Un «viejo amigo» vuelve a manifestarse
Objetos secando sobre papel de periódico, un clásico

En un tiempo récord, en comparación con campañas anteriores, hemos dejado secando absolutamente todo el material que teníamos para lavar. El próximo fin de semana lo recogeremos, limpio y seco, listo para el siguiente proceso. Será el momento de revisar el inventario para comprobar cuántos «intrusos» caen de la lista y de siglar todo el material antes de empezar a estudiarlo.




9 feb 2015

Dulces dieciocho

Parafraseando al ínclito Miguel Ángel Rodríguez, si la arqueología de las Guerras Cántabras fuese mujer, hoy se pondría de largo; y si fuera un ciudadano, iría a votar. Porque hoy, 9 de Febrero, la búsqueda, localización y estudio de las huellas materiales de la conquista romana de Cantabria cumplen 18 años.No es que tal día como éste, hace casi dos décadas, alguien decidiese de repente que había que salir al campo a tratar de localizar campamentos romanos de campaña, castros asediados, asaltados y destruidos, guarniciones romanas semi-permanentes y demás. Y que había que trascender, sin dejar de utilizarlo, el discurso de las fuentes escritas y, sobre todo, la lamentable visión de una historiografía dominante empeñada por entonces en sostener lo que el tiempo (y el trabajo) han demostrado no ser otra cosa que insensateces: que no hubo nada digno de ser considerado una guerra, que todo el relato de las campañas no fue más que propaganda al servicio de Augusto, que los cántabros únicamente habitaban al sur de la Cordillera y la zona litoral estaba (muy dispersamente) ocupada por poblaciones "residuales" y poco menos que cavernícolas, que sólo hubo un único campamento romano y estuvo bajo la actual Herrera de Pisuerga, que Aracillum estaba en Aradillos, etc. No. No fue así. Hacía ya tiempo que se había dado ese paso y que se estaba trabajando en ello, como también diría el jefe de Miguel Ángel Rodríguez. Eduardo Peralta y la gente que colaboraba con él habían cruzado ya ese Rubicón. Hubo una larga y silenciosa (y silenciada) gestación hasta que aquel domingo de Febrero de 1997 todo saltó por los aires. Y lo hizo de la forma más impensable: en la portada del periódico de mayor tirada y número de lectores de la comunidad autónoma de Cantabria, el Diario Montañés.


En mi caso, se trata de uno de esos momentos inolvidables que todos tenemos grabados a fuego en las meninges y que aún recuerdo perfectamente. Estábamos en mi piso de estudiante de entonces (lugar en el que viví tres años también inolvidables, por cierto) Enrique, Borja Gómez-Bedia, Marcos Rebollo y yo, preparando (o, más bien, fumando y echando el rato) el examen de Arqueología que teníamos al día siguiente. Hacia mediodía, decidimos bajar a tomar algo al bar Potes (otro sitio mítico "de cuando aquello") y allí, al hojear el periódico, nos dimos de morros con la noticia. Y casi se nos saltan los ojos de las órbitas al leerla.



Ahora, cuando todo esto está más que aceptado, social y académicamente, puede sonar raro, pero en 1997 la noticia supuso una verdadera revolución y puso patas arriba todo el panorama científico sobre la conquista romana de Cantabria (y, por extensión, del norte de la península Ibérica). Y, por supuesto, fue encajado peor que mal por el stablishment universitario. El primer ejemplo lo vivimos al día siguiente, durante el propio examen de Arqueología, cuando un profesor de Historia Antigua entró en el aula, muy azorado y periódico en mano, y se puso a cuchichear con el titular de la asignatura, que se mostraba igual de contrariado, o más, por la noticia. Creo que tampoco olvidaré nunca aquella escena.

Todo lo que vino a partir de entonces daría para escribir varios libros y no es este el lugar para tratar sobre ello. Resumiendo mucho, se puede decir que entonces empezó una "guerra" (en sentido figurado, pero sin cuartel) entre Peralta, su equipo y sus apoyos extra-universitarios, por un lado; y prácticamente todos los demás que habían trabajado o trabajaban el tema de la conquista y la romanización (que se repartían entre la indiferencia hacia los nuevos hallazgos, la burla poco disimulada y la abierta y declarada hostilidad), por el otro. Una guerra total, en ocasiones sucia, donde muchas veces lo personal se mezcló con lo científico y en la que, como no podía ser de otra forma, hubo muchas bajas (también figuradas, pero, a su manera, muy reales). 

Restos del barracón romano de La Espina del Gallego. Al fondo, Cildá

Nosotros, jóvenes e inconscientes, no tardamos en tomar partido. Nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos a excavar con Peralta y su equipo, con quienes, durante años (los de la "Arqueología Heroica"), compartimos muchas penurias, pero también muchos pequeños momentos de gloria y muchas situaciones únicas, irrepetibles y, en ocasiones, muy muy bizarras (algunas, incluso peligrosas para nuestra integridad física y/o mental). La Espina, Cildá, La Muela, el Cerro de la Maza, La Loma.... Todos constituyen ya una parte importante de nuestra vida, arqueológica y en general. Yo siempre tuve clara la idea de estar "haciendo historia" (o de estar ayudando a que se hiciera, más bien). Puede sonar pretencioso, pero es así como lo sentía. Y creo que el tiempo me ha dado la razón: 18 años después, el panorama es radicalmente distinto. Ya nadie con dos dedos de frente cuestiona la existencia de las guerras ni niega una importante presencia militar romana en Cantabria. Los campamentos romanos son reconocidos como tales, no se acusa a nadie de comprar denarios en el Rastro y "colocarlos" en los yacimientos y tampoco se escucha a respetables cátedros afirmar a gritos que es imposible que una legión hubiese acampado en el Campo de las Cercas (tenía razón: es probable que realmente fueran dos legiones) porque, de haberlo hecho, "habrían convertido el Besaya en una cloaca". No se ve a los cántabros de finales del siglo I a. de C. como una especie de Picapiedras echados al monte, sino como lo que realmente fueron: un conjunto de pueblos profundamente celtiberizados, de cultura casi protourbana en algunas zonas y capaces de ofrecer una importante resistencia militar a Roma, como atestiguan los numerosos castros asaltados y reocupados por guarniciones legionarias. Y quedan muy pocos que sigan afirmando que lo que dicen Floro, Orosio o Dion Casio es mera propaganda imperial. El mapa de Cantabria, el de Asturias y ahora también el de Galicia están salpicados de nuevos enclaves relacionados con la conquista y/o la posguerra, ofreciendo una imagen que no tiene nada que ver con la de hace 18 años. Y siguen apareciendo más, año tras año.

Foto de equipo al final de la campaña de excavación del año 2002 en La Muela. Amaya y yo, a la izquierda del todo.

Una de las cosas que más me fascinan de toda esta historia es ver (y leer) cómo algunos de los que lo negaban todo hace 15 años dan lecciones ahora sobre la importancia de los escenarios de la guerra en los montes de Cantabria, Palencia y Burgos. Y vienen a mi memoria algunas palabras dirigidas a mí y que tuve que oír de boca de terceros... En fin. Como pasa siempre, el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar. Y yo tengo buena memoria. 

En lo estrictamente académico, el congreso de Octubre pasado en Gijón sirvió para repasar el estado de la cuestión a finales de 2014 y ha significado, en cierta medida, la "victoria" de un Eduardo Peralta bastante alejado, hoy por hoy, del trabajo de campo (y también la de quienes le acompañaron en este periplo). La arqueología de la conquista romana del norte de Hispania goza de muy buena salud y los avances en la investigación se suceden en varios frentes.

Eduardo Peralta en el congreso de Gijón (foto tomada de la página de Facebook oficial)

Por nuestra parte y aunque dejamos de formar parte de su equipo hace años (la edad, el trabajo y esas cosas), nunca pudimos sacudirnos del todo las ganas de seguir aportando al tema. Así, a nuestro trabajo pionero (y cañero) de 2001 le han seguido algunas otras contribuciones, como el artículo que firmamos con el propio Peralta en 2011 sobre las monedas de algunos campamentos, el que escribimos con Rafael Bolado en Cántabros. Origen de un pueblo en 2012 o el que estamos ultimando ahora mismo, también con Rafa, sobre los nuevos establecimientos militares muy posiblemente relacionados con las Guerras Cántabras que hemos descubierto en los últimos años y que presentamos en Gijón. Lo cierto es que tenemos muchas esperanzas depositadas en este último y, sobre todo, en la investigación que tiene detrás, aún en marcha y que sin duda seguirá dando sorpresas.

Y en cuanto a La Espina del Gallego, el yacimiento que junto con Cildá está en el origen de todo y que forma parte de un Bien de Interés Cultural que engloba varios de los escenarios de la guerra desde 2002 ("Conjunto arqueológico formado por los yacimientos de La Espina del Gallego, Cildá, El Cantón y Campo de las Cercas..."), yo ya no creo que se pueda identificar con el Aracillum de los textos latinos (o al menos no creo que sea la opción más probable). Lo que parecía un castro de mediano tamaño asaltado por la legión que avanzaba desde el sur y reocupado por una pequeña guarnición romana ha resultado no ser exactamente eso (aunque casi). Fue tomado y reocupado por los romanos, sí, pero era en realidad un castro muy pequeño (una fortificación destinada a controlar el paso por la sierra). Y todo el recinto exterior se ha revelado finalmente como una obra enteramente romana y que defendía un punto sin duda importante en la "Vía del Escudo", el camino militar de altura que comunicó la costa cántabra y la premeseta durante la inmediata posguerra. A estas alturas, lo de menos es que fuera o no Aracillum. Lo realmente importante es que su reinterpretación por Peralta (fue descubierto por J. González de Riancho en los años 80 del siglo XX), junto a la de Cildá, como un escenario de las Guerras Cántabras supuso un punto de inflexión en la arqueología cántabra (y, en cierta medida, en la peninsular) y abrió la puerta a enfocar el estudio de la conquista romana de la única forma posible: desde la arqueología. En estos 18 años la investigación sobre el tema ha avanzado más que en los 200 anteriores y ése es un dato incuestionable y que habla por sí solo. Celebremos pues esta mayoría de edad como se merece. Y mantengamos el recuerdo de cómo fueron realmente las cosas y quiénes las protagonizaron, no sea que algún día alguien venga a contarnos otra historia y nos la terminemos creyendo.