Más conocido por su faceta como prehistoriador y por su obra "Los Cántabros", sus trabajos sobre el fin de la Antigüedad y la Alta Edad Media cántabra no son tan famosos entre el público en general, aunque fueron recopilados y editados en formato libro en 1998: "Cantabria en la transición al medievo. Los siglos oscuros: IV-IX". Se trata de 6 artículos dedicados, en su mayor parte, a temas relacionados con la religión: la cristianización de los cántabros, las características del monacato altomedieval en Cantabria, los beatos, etc. Sin embargo y en mi opinión, los más interesantes de todos son los que tratan sobre la "nota de Cantabria" del Códice Emilianense 39 (y las menciones medievales del corónimo) y las prácticas paganas conservadas en el folklore cántabro, respectivamente. El primero, entre otros méritos, despeja completamente las dudas acerca de la ubicación de la "Cantabria" de la Vida de San Millán y demuestra cómo, todavía en el siglo XI, los monjes del monasterio de La Cogolla situaban esa región en el mismo sitio en el que estaba en época romana: "in mons Iggeto iuxta fons Iberi" (en el monte Hijedo, junto al nacimiento del Ebro). El segundo, por su parte, cuenta con un más que interesante apéndice que recoge los textos (en latín y con traducción al castellano) de Martín de Braga y Beato de Liébana relativos a las prácticas precristianas de los habitantes de Gallaecia y Liébana, respectivamente, en los siglos VI y VIII d. de C., también respectivamente.
En general y como buen hijo de su tiempo, González Echegaray tenía una visión marcadamente "indigenista" de esos "siglos oscuros" y presentaba a unos cántabros tardoantiguos aún paganos, sólo superficialmente romanizados y que, tras recuperar su independencia después de la desaparición del imperio romano, andaban a la gresca, junto con los vascones, con unos visigodos que nunca habrían llegado a dominarlos del todo. La definitiva "romanización" (cristianización y latinización, entre otras cosas) de Cantabria habría tenido lugar a partir de 711, con la llegada al norte de los hispanogodos huídos de la invasión árabo-bereber y, sobre todo, de los habitantes del Valle del Duero desplazados por Alfonso I a mediados del siglo VIII d. de C. No será ninguna sorpresa para el lector asiduo del blog si digo que no compartimos en absoluto esa visión del altomedievo cántabro (y la hemos criticado en otras ocasiones), pero conviene relativizar y, sobre todo, contextualizarla (cosa que, yo al menos, no he hecho como debiera también en otras ocasiones): eran los años 60-70 (y 80) y el "paradigma" en historia altomedieval del norte peninsular era el establecido por Barbero y Vigil (la versión española del materialismo histórico, que venía a "tumbar", como alguien ha comentado recientemente en este mismo blog, a la visión "clásica", "hija" de Sánchez Albornoz).
Yendo a lo que nos interesa, el aspecto más destacado quizá sea su interpretación del contexto sepulcral de época visigoda de la cueva del Juyo (los restos esqueletizados de una mujer y varios niños, asociados a varias cuentas de collar de vidrio y depositados sobre el suelo de una sala interior, muy alejada de la boca). Aunque él no fue responsable del hallazgo (sus excavaciones en El Juyo empezaron más tarde), González Echegaray fue plenamente consciente de que aquello se salía de lo normal y trató de buscar una explicación para lo que, a todas luces, era un "enterramiento atípico". Esa explicación, como no podía ser de otra manera por lo que se ha comentado en el párrafo anterior, pasó por el indigenismo y el paganismo de los cántabros: los restos humanos de esa zona de la cueva serían, según él, la evidencia de algún tipo de "sacrificio ritual" llevado a cabo por unos indígenas aún sin cristianizar. La verdad es que ahora puede sonarnos descabellado, pero sólo hay que echar un ojo a cómo se ha venido explicando el contexto funerario, muy similar, de Cueva Foradada (Sarsa de Sursa, Huesca) hasta hace bien poco para darse cuenta de lo difícil que era, hace unas décadas, interpretar este tipo de hallazgos. Por el contrario, otras cuevas con objetos de los siglos VII-VIII d. de C., como Los Hornucos o Cudón, eran vistas por él como el lugar de residencia de monjes llegados desde el sur para evangelizar Cantabria. Por tanto y resumiendo mucho, según González Echegaray, las cuevas en esos siglos habrían sido el último reducto del paganismo y, por eso mismo, el primer lugar en ser cristianizado.
Volviendo al Juyo antes de cambiar de tema, en una ocasión tuve la oportunidad de preguntarle por las cuentas de collar antes mencionadas, desaparecidas desde no se sabe cuándo, y me confirmó al cien por cien tanto que eran de época visigoda (por tipología) como que en su momento estuvieron depositadas en el Museo de Prehistoria de Santander, el actual MUPAC (quizá algún día aparezcan, guardadas por error en donde no debían, y podamos echarlas un ojo. Y compararlas con las de Riocueva. Por soñar...).
Eso por lo que toca a la historia y la arqueología de la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media en Cantabria. En cuanto a nuestra relación con él, podríamos remontarnos unos cuantos años atrás en el tiempo (sobre todo Enrique), a los gloriosos tiempos del Grupo Arqueológico Attica (¡¡¡Larga vida al GAA!!!) o a la previa de lo que luego desembocó en "Castros y castra en Cantabria", pero nos quedaremos con el hecho más reciente. Hace 4 o 5 años fuimos invitados a participar, junto con otros autores, en una publicación monográfica acerca del uso de las cuevas en Cantabria en la Alta Edad Media. Esa publicación (iba a ser un número especial de la revista "Antigüedad y Cristianismo" que, por motivos varios y por desgracia, nunca vio ni verá la luz) tenía su origen en un curso de la Obra Social de Caja Cantabria sobre las cuevas artificiales cántabras en el que nosotros no habíamos participado y con el que no teníamos nada que ver. Sin embargo, fuimos invitados a participar en ella, con un artículo sobre las cuevas naturales cántabras y su utilización entre los siglos V y X d. de C., por petición expresa de González Echegaray, que conocía nuestro trabajo sobre ese tema. En aquellas reuniones preparatorias, que tuvieron lugar en la sede del IPI y en las que nos juntamos tres generaciones de arqueólogos y/o historiadores de la Alta Edad Media cántabra (el propio Joaquín González Echegaray, Ramón Bohigas y nosotros dos), tuvimos ocasión de debatir, intercambiar ideas y aportar nuestra visión acerca del fenómeno rupestre tardoantiguo y altomedieval. Y en ellas de nuevo (pues ya lo conocíamos) pudimos comprobar cómo la fama de buena gente y de persona educada que tenía era completamente merecida. También le dimos a leer algún trabajo (éste, por ejemplo) y le pedimos opinión, y él hizo lo propio con su artículo para el monográfico fallido (sobre los orígenes del cristianismo en Cantabria, por cierto), cuyo original aún conservo por ahí.
La última vez que le vimos fue en la concesión del Doctorado "Honoris Causa" por parte de la UC, hace apenas un par de semanas, aunque no tuvimos la oportunidad de saludarle. Por cierto, que si se retrasa un poco más con los trámites y el papeleo, nuestra querida institución se lo concede de forma póstuma...
Y "last but not least", que diría un políglota con ínfulas, hay un aspecto de su figura que a mí siempre me llamó mucho la atención (para bien) y aumentó notablemente, si cabe, mi admiración por él: su estilo. Era un tipo con mucha, mucha clase, tanto en el estar como en el vestir; siempre perfectamente arreglado, ya fuese a dar una conferencia o a recibirte para una charla informal en su despacho del IPI. Y eso, en los tiempos que corren y para los que aún valoramos un poco la estética, era muy de agradecer.
Hasta aquí llega este pequeño recuerdo a Joaquín González Echegaray. Soy consciente de que se queda muy corto y faltan un montón de cosas que decir. Habrá, seguro, mejores ocasiones para homenajearle como y donde se merece (negro sobre blanco y con algún trabajo sobre la Cantabria de época visigoda, por supuesto).
Y para terminar y aunque se trate de una despedida recurrente en nuestro mundillo y aledaños, lo diré: que la tierra le sea leve.
No le conocí en persona, pero si a otros arqueólogos, por lo que comparto que es difícil encontrar, en este mundillo de la Arqueología, a alguien que aún conserve la elegancia, saber estar, etc., lo cual no es fundamental en la personalidad de alguien pero si un detalle y la suma de detalles es lo que configura el carácter de una persona.
ResponderEliminarUna gran pérdida en definitiva, aunque no se comparta su postura indigenista de la Cantabria altomedieval, que como bien dices es "hija de su tiempo".
Bueno, a pesar de esto que parece toda una ortodoxia del "no indigenismo" (creo que en otra ocasión he podido expresar mi visión al respecto, en la que la realidad histórica se muestra menos reduccionista, llena de complejidad, casuística y mestizaje entre procesos históricos (opuestos-símbióticos-dependientes) que no pueden sintetizarse en un indigenismo recalcitrante y una profundad romanidad de componente cristiano) me sumo muy sinceramente a este vuestro homenaje a Don Joaquín González Echegarary. Confieso haber sido y seguir siendo ávido lector de sus escritos sobre los llamados Siglos Oscuros. Con la defunción de "El Cura" la arqueología regional se encuentra huérfana, pues se nos ha ido uno de los grandes de esta nuestra disciplina.
ResponderEliminarBueno, al menos por mi parte, cuando critico el indigenismo ochentero no quiere decir que defienda una romanidad o visigotismos profundos. Esto es como en política, no por criticar al PP se es del PSOE y viceversa.
ResponderEliminarEspero que quede claro. Al igual que usted, reconozco que la realidad es mucho más compleja y hay muchas variables que analizar antes de decir que si hubo romanización o no, incluso sería necesario debatir dicho concepto.
Si se "critica" tanto dicho indigenismo es por los efectos que tuvo en la historiografía regional y porque se basó más en tópicos que en realidades empíricas.
Pero no debemos olvidar lo importante, que es el homenaje a una gran figura de la historiografía regional