Casi un año después de
aquella primera entrada y aprovechando que Enrique y yo, junto a Borja
Gómez-Bedia, David Blanco y Manuel Castro, estamos trabajando ahora mismo en un
artículo sobre fortificaciones de la Guerra Civil en Cantabria para la revista
de arqueología Sautuola, toca volver con la serie dedicada a la Línea del
Agüera. En esta ocasión y como ya anuncié entonces, para contar de forma muy breve qué era, dónde
estaba y cómo son algunas de las obras de fortificación que la conformaban, así como algunas pinceladas de su
(corta) historia. Por supuesto, quien quiera saber algo más sobre éstas y otras fortificaciones
republicanas en la zona oriental de Cantabria puede consultar este otro trabajo
que publicamos hace ya unos años. O esperar a que salga el que estamos redactando, claro.
La Línea del Agüera es un complejo
fortificado republicano localizado en el cordal situado en la margen derecha
del curso bajo del río que le da nombre, en la divisoria entre los municipios
de Guriezo y Castro-Urdiales. Formaba parte del sistema de defensa trazado en
el verano de 1937 en previsión de un ataque desde Vizcaya (ocupada desde la
primavera de ese mismo año por las tropas franquistas). En concreto, se trataba
de una “línea intermedia entre las de contacto y la del río Asón”. Sus
fortificaciones eran, casi exclusivamente y como veremos, de campaña. Básicamente,
trincheras, trincheras y más trincheras. Y también pozos de tirador y nidos de
ametralladoras (sin construcciones de fábrica), algunos refugios excavados en la roca e
incluso un fortín de hormigón levantado en su punto más sensible, aunque de ése trataré en la última entrada de las tres previstas. Todas esas
obras se extendían, sin apenas solución de continuidad, a lo largo de
aproximadamente 15 km de monte, entre el pico Betayo por el sur y las faldas
septentrionales del macizo del Cerredo, casi en la misma costa cantábrica, conformando una barrera en la que la orografía jugaba un papel muy importante, como puede apreciarse en la siguiente imagen.
La Línea del Agüera (simplificada y corregida, incluyendo ya Punta Peña)
En cuanto a su historia, sólo
sus atrincheramientos más meridionales se vieron involucrados en algunos combates
durante el verano de 1937, ya que las tropas del Cuerpo de Ejército Vasco destinadas
a su defensa recibieron, en plena Batalla de Santander, órdenes de replegarse a
la Línea del Asón. Órdenes que sólo cumplieron a medias, ya que se entregaron
sin lucha al enemigo en el marco de los acontecimientos relacionados con el
conocido como “Pacto de Santoña”, después de haber protagonizado una especie de
pequeño “golpe de estado” en mi pueblo (Colindres) y los de los alrededores
(Laredo, Limpias, Carasa y la propia Santoña).
Por mi parte, yo la “descubrí”
en Julio de 2007, cuando estaba preparando unas conferencias sobre
fortificaciones de la Guerra Civil para unas jornadas organizadas por la
Asociación Galvanes de Santoña. Fui a ver las trincheras del Betayo (de cuya
existencia me había advertido Alís Serna) y me encontré con cientos de metros
de ellas a lo largo de la línea de cumbres. Y en bastante buen estado, por
cierto.
Llegados a este punto vamos a
iniciar un breve recorrido por la línea en sentido sur-norte, fijándonos en
algunos de los enclaves más significativos.
En el extremo meridional, en
la ladera del Pico Betayo, se conservan los restos de una compleja e intrincada
red de trincheras. Esta es la única zona en la que tuvieron lugar algunos
combates en el verano de 1937, antes de la ofensiva nacionalista sobre
Santander. El número y la complejidad de las defensas se explica por su
cercanía al frente, en concreto a la importante posición rebelde de Castro
Alén.
Hacia el norte, en el alto de
La Parada, además de las trincheras que rodean la cima, existen al menos dos
refugios en forma de galería excavados en la roca. Y más adelante algunos de
los túmulos prehistóricos de la zona fueron reutilizados como pozos de tirador o
nidos de ametralladoras.
Boca de uno de los refugios de La Parada
Interior de uno de los refugios de La Parada
Túmulo reutilizado como pozo de tirador en Las Losas
En Cueto Ventoso existe un
gran atrincheramiento rodeando la cima y la parte alta de la ladera y del que salen,
en la zona que mira al sur, tres ramales (cuatro en origen) rematados en otras
tantas estructuras de planta más o menos circular, muy probablemente nidos de
ametralladoras.
Trinchera en el Ventoso
Restos de uno de los nidos de ametralladoras del Ventoso
En el alto de Maya se conservan,
ocultas entre los eucaliptos y los pinos, trincheras en zig-zag muy bien conservadas. Tanto que podrían utilizarse hoy en día.
Y en la posición de Anguía, que fue el punto por el que accedí al cordal en
2007, puede observarse una gran línea en zig-zag rodeando la cumbre.
Trincheras en el alto de Maya
Más trincheras en el alto de Maya
Y más trincheras en la misma zona
Dando un gran salto hacia el
norte y dejando atrás tanto las zonas de El Carrascal y Monillo, donde se
observan trincheras en fotografías aéreas de los años 40 y 50, llegamos al alto de Punta Peña. Allí no habíamos detectado ninguna estructura defensiva en las esas mismas fotografías, por lo que pensábamos que, al tratarse de una zona de garmas muy difícil de transitar, no se había fortificado. Sin embargo, Tanino Aliotto, del Grupo Espeleológico "La Lastrilla" (GELL) de Castro-Urdiales, nos ha sacado de nuestro error y nos ha indicado la existencia de pasillos con parapeto, construidos a base de bloques calizos colocados a hueso, en la parte más alta.
La siguiente parada, también hacia el norte, es el fortín de la subida al puerto de La Granja, aunque, como ya he avanzado, lo vamos a dejar para otra ocasión.
E inmediatamente al norte, en un monte cónico que se eleva sobre Montealegre, al oeste, encontramos dos nuevas líneas de trincheras en zig-zag: una en la parte alta de la ladera y otra, más pequeña, rodeando la cima.
Parapetos en Punta Peña (Imagen: Tanino Aliotto)
La siguiente parada, también hacia el norte, es el fortín de la subida al puerto de La Granja, aunque, como ya he avanzado, lo vamos a dejar para otra ocasión.
El fortín de la subida al puerto de La Granja vista desde las trincheras que lo baten desde el norte
E inmediatamente al norte, en un monte cónico que se eleva sobre Montealegre, al oeste, encontramos dos nuevas líneas de trincheras en zig-zag: una en la parte alta de la ladera y otra, más pequeña, rodeando la cima.
Trincheras encima de Montealegre
Más trincheras encima de Montealegre
Trincheras en la cima de ese mismo monte
Y otras más, en la misma zona
Y terminamos el recorrido por
las trincheras de la Línea del Agüera al este del pico Cerredo, en la sierra de
Hoz. Allí, tanto en la ladera que desciende hacia el mar y la carretera general
como en las caras orientales de algunas de sus elevaciones se pueden apreciar
en foto aérea numerosas estructuras de ese tipo. No hemos subido a verlas (aún), pero las imágenes no dejan lugar a dudas y, además, parecen indicar que su estado de conservación es muy bueno.
En resumen: toda una línea de cumbres plagada de trincheras y otras obras defensivas, en su mayor parte de campaña, y que constituye uno de los conjuntos fortificados de la Guerra Civil Española más importantes (y menos conocidos) de los que hay en Cantabria. No sabemos si hubiese sido efectiva de haber entrado en combate, pero sí que parece que sus condiciones naturales y las obras llevadas a cabo en ella la habrían convertido en un serio obstáculo para las tropas atacantes, en caso de haber iniciado un ataque por la costa desde Vizcaya. En cualquier caso, y antes de terminar con ella, hay que señalar que tiene un punto "débil". Y es precisamente ahí donde se encuentra la que es la "joya" de este sistema: el varias veces mencionado fortín de hormigón. Pero para verlo en detalle, como también he dicho varias veces a lo largo de esta entrada, habrá que esperar a la siguiente entrega.
No seré yo quien proponga, calentito desde mi casa y tantos años después, cómo deben comportarse las tropas en una guerra. Sólo decir que en 2008, entrevisté a un superviviente de aquellas batallas, Valentín Peñalba, que ahora tendrá 85 años y entonces era un niño que seguía junto a su madre a las tropas vascas. Las venía siguiendo desde Eibar, en donde les bombardearon por primera vez, pasando por Durango, Bilbao y finalmente Villaverde de Trucíos. El hombre se acordaba de todo quizá porque se le quedaron grabadas para siempre las penalidades sufridas cuando sólo tenía 5 años. La entrevista está recogida en un libro (por otra parte sin demasiado interés: "Testigos de un siglo. Gipuzkoa 1908-2008") y quizá la de Valentín sea la más jugosa. Entresaco el fragmento en donde habla de este frente, por si es del interés de los lectores. (Si os interesa la entrevista completa puedo pasárosla).
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«A mi padre lo llevaron a Padura y nosotros fuimos a Villaverde de Trucíos. Aquello era una catástrofe, nos bombardeaban de noche y de día. Estábamos en una casa y teníamos delante una ranchería, el lugar donde se servía el rancho del ejército. Venían los camiones cargados con grandes ollas y servían a la tropa. Al mando estaba un chico de Bilbao al que llamábamos 'Cachiporra'. Cada vez que nos acercábamos a por comida nos decía, «aparta de aquí o te doy un cachiporrazo». Así se quedó, con el nombre de 'Cachiporra', aunque siempre nos daba de comer».
«Las mujeres, después de lo vivido en Bilbao [NOTA: asaltos sexuales y violaciones], estaban asustadas y no se atrevían a salir. Creo que temían las peticiones que les pudieran hacer los hombres a cambio de comida. Por eso los que suministrábamos el aliento en casa éramos los niños. Gracias a que siempre había algún 'Cachiporra' a nuestro lado que nos ayudaba».
«Junto a la casa donde estábamos refugiados había un palacio. Cuando el frente empezó a moverse, todo el jardín delantero se llenó de camillas con heridos. Los últimos días de Villaverde fueron terribles. No nos dejaron ni de día ni de noche. Soltaban bengalas, que lucían en la oscuridad como farolillos, y nos disparaban. Durante un bombardeo vi cómo reventaban al pobre 'Cachiporra'».
De pronto, Valentín no puede contenerse y se echa a llorar. Confiesa que, aún hoy, la imagen de 'Cachiporra' reventado por la bomba le produce una tristeza infinita. Hacemos un descanso y mientras pasea para recuperar el ánimo, soy capaz de ver al niño que se mueve entre los heridos intentando conseguir comida.
Después de aquellos bombardeos, a los refugiados los metieron en un tren y los llevaron a Santander. Pasaron allí una semana terrible, con días en los que no probaron ni un bocado. Al hambre y a la miseria se unió la rabia de sentirse despreciados. Valentín recuerda aún los insultos de los comunistas, que les llamaban fascistas porque se santigüaban.
«Nos embarcaron para Francia en el McGregor, un barco carbonero en cuyas bodegas habían construido pisos de madera para alojar a los refugiados. Sólo subí a cubierta una vez, cuando nos detuvo el crucero Almirante Cervera, en alta mar, para inspeccionar si el barco llevaba tropa o sólo mujeres y niños. Nos protegían dos destructores ingleses y el acorazado Hood, del que se decía que era el mejor acorazado del mundo, y gracias a ellos pudimos continuar. Hubo su tira y afloja entre los barcos y si no es por los ingleses, nos llevan de vuelta a Gijón o a Bilbao».
No creo que nadie haya hecho eso que dices en tu primera frase, la verdad. Las guerras son todas una mierda y ésta no es una excepción. Dicho esto, lo que pasó, pasó y fue así: una parte de las tropas que tenían que defender ese frente no sólo no lo hicieron sino que se levantaron en armas, arriaron la bandera republicana e izaron ikurriñas en varios pueblos del oriente de Cantabria, arrestaron a las legítimas autoridades y se entregaron a los italianos in disparar un tiro, alentados (e incluso engañados en algunos casos) por algunos políticos que llevaban negociando esa rendición desde muchos meses atrás. En cuanto al testimonio, muy interesante. Si quieres hacérnosle llegar completo estaremos encantados
Eliminar"Hacérnoslo", perdón
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